Epílogo

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Debo admitir que fue difícil adaptarse al planeta durante los primeros días. Parecía que solo nosotros cinco habíamos sobrevivido la furia de la naturaleza. Por fortuna, la fe brilló en este nuevo paraíso. Se sentía como si el globo terráqueo se hubiese purificado, como si hubiera vuelto a nacer. Lo poco que quedaba de zonas urbanas fue consumido por la vegetación, brindando unos hermosos paisajes de un color verde intenso. Miles de flores cubrieron los restos de toneladas de concreto. Sin duda se trataba de otro mundo, dándonos la oportunidad de protegerlo y respetarlo.

Pasaron algunos meses desde el sacrifico del profesor Maximiliano Rojas, habíamos prometido honrarlo todos los días, así como venerar a la tierra y nunca más dar por hecho nuestra existencia en este lugar. La gravedad por fin era estable, los mares habían regresado de los cielos, las bestias se desintegraron, el espectro abandonó mis pensamientos y el reino animal regresó a los pocos días. Aún no podemos descifrar como había sido posible, quizás un regalo de la madre naturaleza, quisimos pensar.

La profesora Julia puso en marcha un programa para iniciar la agricultura y la construcción de casas ecológicas, trataba de mantenerse ocupada día a día para pensar lo menos posible en Max, pero en su rostro siempre se reflejaban recuerdos de él. Hasta la fecha, no ha querido hablar sobre cómo llegó hasta la pirámide y qué fue lo que sucedió en la base secreta. Tal vez con el tiempo, al sanar esas heridas invisibles, nos podrá contar su historia.

Descubrimos que hubo varios sobrevivientes en el transcurso de la catástrofe. Algunos no hablaban nuestro idioma, pero les mostramos afecto y los recibimos con gusto a nuestro nuevo hogar; muy cercano de las pirámides de Guatemala, donde meditamos y honramos a la tierra todos los días.

También aprendimos de uno de ellos, que hubo más eventos extraños en otros lugares del mundo. Tal parece que Max no fue el único que entregó su vida por darnos una oportunidad. Espero encontrar a más individuos que me cuenten sus anécdotas para archivarlas en algún lado.

Jorge y Lydia no perdieron el tiempo e hicieron una de las bodas más divertidas que en mi vida creí tener. Se hicieron pasar por hawaianos y Jorge se puso una falda hecha de puras hojas de plátano. Hubiera dado lo que fuera por tomarle mil fotos y compartirlas con todos los de la escuela, pero me bastó con haber invitado a los sobrevivientes y hacerlos partícipes de sus locuras.

Alex y yo por supuesto les seguimos. Entre la suave brisa del mar me pidió mi mano y yo nunca fui tan feliz. Nos perdimos entre las olas, jugamos baloncesto con una pelota que nos encontramos atorada en un árbol, paseamos por la selva y nos besamos en cada atardecer.

Todos los invitados de nuestra celebración nos aplaudieron y nos felicitaron; Jorge se puso como el padrino y Lydia realizó todas las decoraciones, logrando un evento de ensueño.

Sin duda este día estará almacenado en mi memoria lo que me quede de vida, pues el deseo más íntimo de mi corazón por fin se había cumplido, estar junto a él. Sé que mamá y papá me miraban desde otro lugar.

Todos nos adaptamos a una nueva forma de vida, nos mentalizamos a siempre recordar a todas las personas que perdimos en el camino, a personas que dieron su vida por encontrar La Paz, por mantener el amor y salvaguardar la esperanza; para que así, nunca nos quedemos, sin un lugar en el cielo.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora