Capítulo III. El Pentágono

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(19 de Junio de 2020, 11 Hrs. Washington D.C.)

Julia y yo estábamos envueltos en una serie de emociones, íbamos rumbo al Pentágono en uno de esos enormes autos militares. Contemplaba en mis pensamientos lo ocurrido en el mundo y en la base aérea militar; pero también, era nuestra oportunidad de compartir los hallazgos de nuestras expediciones. Yo soy el profesor Maximiliano Rojas, tengo treinta y siete años, mi país natal es México.  Mis padres me trajeron a Estados Unidos después de un año de haber nacido, soy arqueólogo y vengo acompañado por la profesora Julia Peril; quien me ayudó durante nuestros viajes. Ella tiene treinta y seis años de edad, de ojos verdes, cabello castaño, delgada y alta. En todo este tiempo que llevo trabajando, nunca me había encontrado con una mujer tan devota a su profesión. Es una de esas personas perseverantes y dispuestas a ayudar a los demás. Creo que he aprendido a estimarla, más allá de lo que creía posible. El día de hoy, se vistió con un traje sastre azul marino, con saco y falda. El cual, la hacían ver como una modelo en pasarela. Admito que era difícil controlar mi mirada.

En cambio yo, me había puesto una camisa de cuadros a medio planchar, con un pantalón café desgastado, sin cinturón. Tuve que peinarme muy bien para no parecer científico loco. Daba a entender que iba a un concierto de rock y no a la base militar más importante del país. Tenía mi brazo izquierdo inmovilizado después de un incidente durante nuestra expedición a Tikal, hace ocho años. Ningún doctor me ha explicado por qué no me he podido recuperar.

Me la pase viendo, una y otra vez, por la ventana del auto para asegurarme si el enorme edificio se encontraba a la vista, teníamos que llegar con el presidente de los Estados Unidos, lo antes posible.

Por fin, a lo lejos, pude ver el Pentágono, no había tenido el gusto de conocerlo hasta el día de hoy. Aprendí algunos datos de su historia en varios documentales. Fue construido a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y por la necesidad de juntar a todos los centros de mandos militares. Resultando ser uno de los lugares más importantes del mundo.

—¿Cómo vamos a llegar con el presidente Julia? Nos vamos a perder en ese monstruo.
—No te preocupes, me comentaron que nos estarán esperando en la entrada para llevarnos a centro de mando —me contestó como si fuese un niño entrando a un enorme parque de diversiones.

Ella se refería al Centro Nacional de Mando Militar, mejor conocido como: 'The War Room'. Esa habitación junto con otras cuantas, eran de acceso limitado, solo se utilizaba para situaciones extraordinarias, como esta.

El auto se detuvo, un señor uniformado con gafas oscuras, se acercó a nosotros para recibirnos.

—¿Profesor Rojas y profesora Peril?, soy el Teniente Humboldt, bienvenidos al Pentágono, síganme por favor —nos dijo al abrir la puerta del auto.

Obedecimos cuál soldados, subimos unas escaleras, las cuales, abrieron paso a una enorme recepción. Por un momento creí haber regresado a los años sesentas o setentas, no había muchos cambios en algunas partes de su arquitectura. «Me imagino que ha de ser por las enormes dimensiones del edificio o por simple status quo».

Debido a la crisis internacional, la mayoría del inmueble estaba siendo ocupado por militares, quienes prohibían la entrada a civiles.

Después de pasar el área de seguridad, el Teniente nos llevó a un pasillo enorme en donde nos esperaba un soldado a bordo de un carro pequeño, como aquellos que se ven en los aeropuertos.

—¿Tan lejos está la sala Teniente? —le pregunté.
—No llegaremos a tiempo si vamos a pie profesor —me contestó mientras nos daba la indicación de abordar.
—Tardarías una hora en darle la vuelta a todo el edificio Max. Eso, sin perderte —me dijo Julia.
—¡Increíble! —contesté mirando los profundos pasillos.
—Nos dirigimos al departamento de guerra, la sesión inicia en veinte minutos —aclaró Humboldt.
—¿Cómo hacen para saber a dónde van sin desubicarse Teniente? —le pregunté.
—El Pentágono cuenta con un sistema alfanumérico para encontrar su destino profesor. Cuenta con cinco anillos, cinco pisos y diez pasillos para poder ubicarse. Hay más de mil habitaciones —me explicó al echar en marcha el coche.

Agradecí estar sobre estas cuatro ruedas y evitar caminar después de toda esa explicación. «Espero que lleguemos a tiempo». Solo alcanzaba a ver la infinidad de los pasillos.

El auto se detuvo luego de unos quince minutos. Todo este tour me hizo sentir dentro de un cuadro surrealista. Llegamos a una puerta resguardada por soldados y con sistema de clave de acceso.

—Aguarden aquí profesores —nos instruyó el Teniente al levantarse.

Faltan menos de cuatro minutos para el inicio de nuestra sesión, teníamos prohibido llegar siquiera un minuto tarde.

—Pasen por favor, sus nombres están en sus lugares —nos dijo al teclear unos números en la puerta para abrirla.

Era una de esas habitaciones que se veían en las películas o en las noticias cuando algún jefe de mando se dirigía a la prensa o incluso cuando el presidente daba un mensaje a los ciudadanos. La iluminación era tenue, olía a carro nuevo y se sentía tibia; como el amanecer de una playa. En medio había una mesa larga y ancha. Seis pantallas gigantes en ambos costados, que mostraban un mapa del planeta tierra; señalando varios puntos rojos en distintas partes del mundo.

Las sillas estaban siendo ocupadas por los puestos militares y miembros del gabinete más importantes. Reconocí al comandante John R. Washington, quien había salido en la televisión hace unos días. En la cabecera, se encontraba un letrero un poco más distintivo de los demás, el cual, decía: Presidente de los Estados Unidos.

Julia y yo nos apresuramos a encontrar nuestros lugares, faltaban segundos para que iniciará nuestra sesión. El Teniente Humboldt se paró en otra entrada, al fondo de la habitación y se dirigió a todos los presentes.

—Damas y caballeros, el presidente de los Estados Unidos de América.

El dirigente entró a toda velocidad, dejando atrás a sus guardaespaldas; ocupando su asiento en menos un segundo. Apenas y pudimos recibirlo de pie.

—¡Debemos encontrar una solución a esta crisis!, necesito escuchar que esto no es algún tipo de arma en contra de la nación —exclamó.
—No señor, todo indica que no es ninguna especie de arma, nunca habíamos visto algo como esto —aclaró el jefe de seguridad nacional.
—Entonces, ¿¡Qué explicación puedo darle a la ciudadanía!? —gritó, dándole un golpe a la mesa.
—Señor, si nos lo permite, tenemos nueva información, pero un poco difícil de comprender —mencionó el comandante Washington.
—Soy todo oídos —le apresuró el presidente.
—El día de ayer ocurrió otro siniestro a unos cuantos kilómetros de Detroit, uno de nuestros satélites logró captar el momento exacto. Al principio, no vimos nada importante en la imagen, pero al cambiar la visión a modo infrarrojo, apareció esto.

El mapa desplegado en la pantalla mostraba una gran mancha azul por encima del territorio del estado de Indiana.

—¿Qué es lo que estamos viendo comandante?
—Nuestro personal de inteligencia nos dice que es una frecuencia de onda señor.
—¿Una frecuencia? ¿De dónde viene? —preguntó el presidente con intriga.
—Esta proviene de las pirámides de Chichén Itzá, ubicadas en la península de Yucatán, México.

Julia y yo intercambiamos miradas, el presidente y los demás miembros estaban escépticos; todos se volteaban a ver y murmuraban en silencio.

—¿México? ¿Habla en serio? ¿Y a qué se refiere con 'ésta'? ¿Acaso hubo otra frecuencia proveniente de otro lado? —preguntó el presidente.
—Tal parece que la frecuencia del primer siniestro provino de las pirámides de Egipto —le contestó.
—¿Deben de estar bromeando? —exclamó el Teniente Humboldt.
—Me temo que no, la ubicación de estas señales fueron captadas de dos sitios arqueológicos distintos —afirmó Washington en un tono frío.
—¿Una señal que viene de pirámides? ¿Qué deduce usted de esto? —preguntó el presidente.
—No puedo contestarle con certeza señor, pero el día de hoy están presentes dos personas con una teoría muy aproximada. En años anteriores fueron rechazados múltiples veces, creo que es tiempo de escuchar, espero que no sea demasiado tarde. Sr. presidente, le presentó al Profesor Maximiliano Rojas y a la Profesora Julia Peril, arqueólogos de la Universidad de Boston —dijo el comandante señalándome con su mano.

Me sorprendí un poco al escuchar mi nombre, ambos nos pusimos de pie, saludamos al jefe en comando y a los demás miembros. El foco de atención estaba sobre nosotros, así que tomé aire, los mire a los ojos y dije dos palabras.

—El Apocalipsis.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora