Capítulo XVI. El Espectro

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—¡Jorge, Alex, suban! —les grité.

Me apuré para poder ayudar a Jorge a subir primero. Alex saltó como liebre, alcanzándonos con tremenda agilidad. Los tres estábamos sorprendidos al ver el socavón que había aparecido.

—¿Cómo paso esto? —preguntó Jorge.
—No tengo idea —le contesté.
—¿Tuvo algo que ver el espectro? —preguntó Alex.
—No sé cómo esa presencia pudo hacer algo así.
—¿Creen que debamos investigar a dónde lleva? —preguntó Jorge.

Los rugidos se volvieron a escuchar muy cerca de la oficina; la noche era espesa, haciendo imposible ver hacia el exterior.

—Creo que no tenemos opción. Hay que encontrar algo para iluminar —sugerí.
—¡Y algo para subir!, hay que darnos prisa —exclamó Alex.
—¡Tomaré esta mochila por cualquier cosa! —dijo Jorge levantando una maleta llena de hoyos.

Entre todos buscamos cualquier cosa que pudiese servirnos. Buscamos dentro de los cajones, en el piso y en los archiveros. Pero todo estaba obsoleto o hecho añicos. —No hay ni un maldito encendedor para ir como cazadores con antorchas —pensé.

—¡Miren! —gritó Jorge, sosteniendo una pequeña lámpara en su mano.

—¡Muy bien amigo!, ahora hay que llegar al techo y escalar las rocas para llegar al pasillo —le contesté.
—¿Pero qué va a pasar si fue esa cosa quien hizo el hoyo?

—Será un riesgo que tendremos que correr, no tenemos muchas opciones —le dije.
—¡Esto es una pesadilla!

Los rugidos se hacían más fuertes, los tres nos empeñamos en alcanzar el túnel con sillas, escritorios y el archivero donde nos habíamos escondido. Una vez puestas todas estas cosas, una encima de otra, fui el primero en ir subiendo. Logré alcanzar la primera piedra y me impulsé con todas mis fuerzas.

Alex estaba ayudando a Jorge a subir; mientras que el rugido se escuchaba justo afuera de la puerta, en un tono mucho más hostil.

—¡Está aquí! —gritó Jorge.
—¡Rápido!, no es tanto lo que hay que escalar para llegar al corredor —les grité.

Al subir, me percaté que sí había un largo camino al interior, pero no tenía tiempo para contemplar, me acosté sobre las piedras para ayudarle a los demás. Esta vez, no iba a dejar que nada malo sucediera.

Tomé la mano de Alex y lo jalé hacia mí. Creo que la adrenalina me hizo obtener una fuerza que ni yo me hubiera imaginado. Después, entre él y yo, nos dispusimos a socorrer a Jorge, quien aún estaba intentando subir.

—¡Vamos, toma nuestras manos! —le grité.
—¡No puedo!
—¡Si puedes! —lo alentó Alex.

Una enorme garra apareció por la entrada del túnel, justo detrás de Jorge; estaba por atravesar su espalda.

—¡No mires atrás!, toma nuestras manos ¡Ya! —le ordené.

Jorge logró alcanzarnos y se aferró a nosotros; lo subimos en cuestión de segundos, librándose de una muerte segura. Los tres nos pusimos de pie y corrimos con toda nuestra energía.

Él iluminó el camino empedrado con la pequeña lámpara que encontró, mientras avanzábamos a toda velocidad. No nos atrevimos a voltear, sabíamos que nos estaba siguiendo. Los rugidos resonaban fuertemente y podía oler su asquerosa respiración.
—¡No se detengan! —grité.
—¡Está justo atrás de nosotros, no lo lograremos! —dijo Jorge forzando su respiración.
—¡Debe de haber una forma para perderla! —dijo Alex.

—Williaaaaaaaaaaaaaaaam.

La voz del espectro entró a mi cabeza una vez más.

Se escuchó otro derrumbe detrás de nosotros, tuvimos que acelerar el paso para evitar que las rocas nos cayeran encima. Los rugidos se detuvieron. Solo oímos el sonido de nuestras propias pisadas.

Ella Está VivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora