Gema es una adolescente de dieciocho años que tiene una vida difícil...
Jamás pensó que se pondría peor.
Punto de vista de Gema.
Gema. ¿En qué estaría pensando mi madre al elegir ese nombre? Si es que ella lo eligió. Mi madre murió dándome a luz, y jamás le pregunté a mi padre. Es difícil mantener una conversación coherente con un alcohólico que se mantiene ebrio las veinticuatro horas del día. Jamás, desde que tengo memoria, lo he visto sobrio. Siempre he pensado que la muerte de mi madre lo ha llevado a ese estado. Y también he sospechado que, si bien no me odia, me culpa por su muerte. A veces me mira de una manera... que me hace temblar.
Acabo de salir del trabajo. Mi padre no puede mantener un empleo en su estado, y a los quince me creí lo suficientemente madura para abandonar los estudios y buscar trabajo. Claro que al ser menor de edad solo conseguí chamba en un almacen de una familia de coreanos que apenas hablan mi idioma y me pagan una miseria por doce o catorce horas al día. Limpio, repongo, embolso, extermino alimañas y descargo mercadería. Al menos me alcanza para comprar la comida.
Mañana es mi cumpleaños y he ahorrado para comprarme unas zapatillas y una campera para el invierno que se viene. El hijo del dueño, el único que habla castellano, me adelantó algo de dinero de mi paga. Tal vez me alcance para un corte de pelo decente.
Son cerca de las once de la noche cuando llego a casa. Bueno, lo de casa es un decir. El remolque es la única riqueza que poseemos. En cualquier momento nos corren del terreno. Es un baldío donde la gente a veces viene a dejar sus escombros o basura. Mañana tendré que levantarme temprano a recoger las botellas vacías al menos. No, mañana es mi cumpleaños.
La luz está apagada. Mi padre no se encuentra. A veces no sé si alegrarme o preocuparme. No quiero pasar otra noche en vela, esperándolo, ni salir a mitad de la madrugada a buscarlo. Como sea, entro y enciendo la luz. Los trastos aún están en el fregadero y el olor a alcohol y cigarrillo me obligan a abrir la ventana. Él duerme en un sofá que metimos a la fuerza y yo en la litera plegable del fondo. Necesito un baño. Pero antes de nada, es mejor guardar el dinero en mi "pequeña cajita de ahorros"... ?... ¡No están! ¡Mis ahorros! ¡Mi dinero! Sé que lo puse acá, en mi "bolsita íntima". Mi padre no tocaría mis tampones, ¿o sí? Él jamás se acercaría a mis toallas higiénicas. ¡Él nunca le robaría a su propia hija!
La rabia me consume como lava en mis venas, llevándome a lugares que habitualmente evito. Recorro todos los bares como en peregrinación. Y mi enojo se trasluce en mi cara porque en más de un local en los que intentaron evitar mi entrada, me miraron y se retiraron de mi camino. ¡Nunca se metan con una mujer enfadada!
¡Ahí está! Clavado en la barra, haciendo pinitos con los vasos vacíos. Mi odio es tal, que lo tomo del hombro y lo arrojo al suelo, como si de un muñeco se tratara.
-¡LADRÓN!
-¿Lucecita?
-Lucecita y un cuerno. ¡Me robaste!
Sosteniéndose de la banqueta, se levanta con dificultad y evita mirarme a los ojos.
-Hoy... no he tenido un buen día, Lucecita...
-¿Y YO SÍ?... Un momento, ¿perdiste la chamba?
-Yo... mira, m'hijita...
-¡Hijita y que nada! Ese dinero era mío y ahora que no tienes trabajo, lo necesitamos más que nunca. ¡Me lo vas a devolver billete sobre billete!
De repente, como si despertara de un sueño, se irguió en toda su altura (había olvidado que era mucho más alto que yo), y me miró como queriéndome matar.