Punto de vista de ¿Gema?
Caía. Sentía que caía sin poder evitarlo.
Esto es extraño. Estoy sentada, pero ya no en el suelo, sino en una banca de madera. Una muy incómoda y dura. Llevo una falda larga y oscura. A mi izquierda y a mi derecha hay dos niños sentados junto a mí, bebiendo de mis venas, como lo hiciera Oscar. Y frente a mí, una niña, de unos diez años aproximadamente, que mecía un bebé en sus brazos. Un intenso sentimiento me envolvió cálidamente. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa.
De pronto, no sé cómo, escucho sonidos que identifico de lucha... y muerte. Los niños se levantaron a la vez al notar mi reacción. Sin perder el tiempo, envolví al bebé en mi chal y, levantando un tapiz que había colgado en la pared, conduje a los niños por un pasaje oscuro. ¡Increíble! ¡Puedo ver en la oscuridad!
-¿Quién es? -escuché que preguntaba Cristiana.
-No sé. Vive los recuerdos como si fueran propios, peron no son de Gema... -contestó Carla.
Era interesante. Pordía escuchar la conversación entre Cristiana y Carla, los sonidos dentro de ese lugar de piedra que aún no reconocía y maquinar en mi mente una vía de escape para salvar a los niños.
Estábamos afuera y corríamos a una velocidad vertiginosa. Esto tiene que ser un sueño y no un recuerdo. Tras nosotros, la claridad era del fuego que destruía nuestro hogar. ¿Nuestro? ¿Cómo lo sé? Ni idea. Lo que sí sé es que estamos siendo perseguidos. Me detengo entre unos árboles. Olfateo el aire. La información me llega, me abruma y activa mi adrenalina. Me molestan los dientes. ¡Qué extraña sensación! Le entrego el bebé a la niña.
-¿Recuerdan lo que les enseñé?
-Sí. -contestó el mayor de ellos, un hermoso niño rubio de ojos claros. Tal vez doce años.
-¿Recuerdas el mapa, Dimitri? ¿Sabes dónde dirigirte?
-Sí, -volvió a contestar con seguridad.
Volví a olfatear. Me parecía extraño hacer eso y saber lo que hacía. Los cazadores estaban cerca. Podía apostarlo.
-Zarina, alimenta a tu hermana lo más que puedas. Dimitri, dirígete a San Petersburgo y contacta a Alexander. Ocúltensen lo más que puedan hasta llegar a la ciudad y no se delaten...
¿Pero qué estoy diciendo? ¡No soy yo quién habla! ¿Cómo podría?
-Los niños Petrov. -dijo Vince con su fría voz.
-¿Y tú? -preguntó el menor de los varones, el que parecía tener la edad de Oscar.
Sabía lo que estaba preguntando.
-Yo los detendré. Ahora, váyanse. Ivan. -me arrodillo frente a él y me quito el cordel que llevo al cuello. Una pequeña cruz de madera. -Para tí.
Lo besé y dejé que se marcharan. Un hondo pesar me atravesó. Pero no tenía tiempo para meditar el asunto. Lo reprimí. El peligro era inminente. Sé lo que hago. Me quito la falda fea y la camisola, porque sé que me estorbarán en mi trabajo. Sujetos a mis muslos por correas, llevo cuatro puñales bien equilibrados. Nada que ver con el puñal que me dió Carla. Estos son rudimentarios pero realmente afilados. Saco dos de ellos y corro al encuentro de mi enemigo.
-Lucrecia. -esta vez, el tono de Vince es reverencial.
Lucrecia. Así me llamo. Guardiana. Lo sé. ¡Lo sé todo de mí! ¿De mí? ¿¡Pero quién soy!?
Un aroma frío y pestilente me llega como una flecha a mi nariz. Corro a esa vertiginosa e inverosimil velocidad, en completo silencio, casi sin rozar el suelo. Frente a mí hay un hombre. No. Un vampiro. Un musculoso monstruo de sonrisa falsa y ojos rojos. ¿No que todos son hermosos modelos de revista? Me ataca, alargando sus colmillos. A la velocidad que me muevo, sé que soy dos segundos más rápida que el mastodonte. Dos segundos que aprovecho para apuñalarlo y decapitarlo.
-Sergey. -lo reconoce Vince.
No me quedé a ver cómo se desmoronaba. Otro olor delataba mi próximo objetivo. A mi derecha, a media milla. Este está finamente vestido, aunque estropeado por la lucha. Su angelical rostro es una máscara de fría altanería, salpicada de sangre. Espera que lo ataque y le doy gusto. No puedo creer la forma en que me muevo. Sé a ciencia cierta cuál será el movimiento equivalente de mi oponente como para bloquearlo y contraatacar. Como si supiera lo que hago. Aunque lo que hago termine por clavarle los dos puñales en el corazón, deteniéndolo, pulverizándolo, truncando la magia que lo mantiene vivo.
-Nicolai.
Me rodean dos vampiresas. Morena y rubia.
-Mariane y Corina. -parece que Vince conoce a todo el mundo.
Inspiro profundamente. La sangre de la morena está mezclada. Compañera. Arrojé el puñal hacia la rubia. Alguien nos observa. No puedo olerlo, pero sí sentir su presencia, como si lo intuyera más que saberlo a ciencia cierta.
Corro hacia la morena, puñales en mano. Ella me sujeta mis manos sobre la cabeza, su boca abierta en un gruñido, mostrando todos sus dientes afilados como púas. La rubia viene detrás, con el puñal que le arrojé y que sé que no llegó a su corazón. Sin embargo, una milésima de segundo antes de que lo clavara a mi espalda, giro con rapidez, sorprendiéndola. No pudo evitar apuñalar a la morena, la compañera, quien se deshace entre mis dedos como arenisca. Sin perder tiempo, apoyo mis manos en el suelo y con mis piernas sujeto a la rubia del cuello, partiendóselo con la fuerza de mis muslos. Esta es una metodología para despistarla y que no pueda clavarme mi propio puñal.
Sé que no ha acabado. Me aseguro los puñales en mis manos, en posición de ataque. Sé que hay otro sin necesidad de olfatear el aire.
-¡Bravo! -aplaudió un vampiro a mi izquierda, apoyado en un árbol indolente. -Eres extraordinaria.
-Williams -gruñó Vince.
Este bastardo había utilizado a los otros para llegar a los Petrov. Pero también para conocerme. Conocer mis tácticas de lucha. Pero esta reflexión de nada me ayuda, pues un segundo después me patea las costillas a una velocidad que apenas me permite anticiparlo. Me manda a volar, literalmente, por el aire, y antes de tocar el suelo me vuelve a golpear, esta vez en mi vientre.
El dolor es abrumador. Sé que no debería dolerme, por lo que deduzco que me ha roto algo importante en mi círculo vital mágico, aunque no tengo tiempo para contabilizar los daños. Me yergo inmediatamente, escupiendo la sangre que me sube por la garganta, por primera vez en mi existencia. Logro anticiparlo una fracción de segundo. Lo veo venir, lo esquivo y le clavo el puñal en su brazo izquierdo.
-Te felicito. Eres la pimera en provocarme una herida. - se quitó el puñal y lo arroja lejos. Yo tomo otro de mi muslo. -Y serás la única. La última. -su voz fría y susurrante.
¡Esto no es un sueño! El dolor es demasiado real. Siento como sus dientes se clavan, todos ellos, y me desgarra la piel y la carne hasta llegar a la traquea. Siento mi sangre salir a borbotones, mi vida desvanecerse, mi cuerpo colapsar, desfallecer. Aún así mi cerebro funciona. Sé que hay alguien más. Alguien que está esperando el desenlace, alguien que no actuará ni a favor ni en contra. Entonces, debo encontrar la forma de destruir a esta bestia, porque su objetivo son los niños. Aún me queda un puñal en mi muslo... una oportunidad.
Reuno todas mis fuerzas y, con rapidez, lo tomo y lo clavo, destrozando costillas para llegar al hechizado corazón. Su cuerpo deja de tener peso. Se deshace encima de mí. Estoy herida de muerte. No hay futuro...
Puedo escucharlos. La familia vampira con la que me crucé. Hablando entre ellos, especulando con las imágenes del pasado. Y por fin, la bendita oscuridad.
(El de la foto es Williams. ¿Qué les parece?)