Capítulo 1: Primer día en Seúl

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Sus ojos se abrieron lentamente al oír un golpeteo en la puerta de la habitación y, seguidamente, notar el frío en los pies.

— Asia, ¿aún sigues así?— dijo la peculiar voz de su madre. La chica se giró dándole la espalda, estaba harta de cambios y aún más del viaje que empezó dos días atrás, el cual consistió en nada menos que un par de transbordos de aeropuerto. Sólo le faltaba para colmo no poder dormir en una cama decente sus ocho horas diarias.

— ¿Está despierta?— preguntó una voz masculina desde el marco de la puerta—. Asia— le llamó, este con un tono más exigente que el de su madre—, sabes que hemos concertado la visita guiada para que puedas conocer la ciudad. No sería conveniente que llegaramos tarde... ¡Asia!— alzó la voz, a lo que la joven se sentó de golpe en su sitio, dejando ver su pelo parecido a un nido de perdices y su cara, marcada por unas grandes ojeras y unas mejillas rosadas a causa del roce con las sábanas.

— Tienes 10 minutos para estar lista— dijo su madre dándole un tierno beso en la frente. Seguidamente salieron ambos de la habitación dejándola sola.

Se levantó de mala gana y se acercó a la ventana, apartando de forma brusca las cortinas y destapando unas vistas a la gran ciudad de Seúl. Todo era tan diferente a lo que estaba acostumbrada... Se decía a sí misma que ya había sufrido ese mismo cambio antes, pero no es lo mismo que tus padres te arranquen de tus raíces para llevarte al otro extremo del mundo cuando tienes doce a cuando acabas de cumplir los diecinueve y vas a empezar la universidad. No, no se asemeja en nada.

Fue a prepararse, cogiendo la primera ropa que encontró. No solía importarle su vestimenta, y menos si había dormido solo 4 horas desde que llegó.

Después de atarse los zapatos y coger una sudadera por si refrescaba, bajó rápido a desayunar, intentando disimular mínimamente su mal estado de ánimo.

— Venga, que ya vamos tarde— le dijo su madre, Beca, al verla bajar por las escaleras. Beca, quien era una amante de la cultura asiática (de aquí el nombre de su hija), estaba más que emocionada por volver a su ciudad favorita. Deseaba con cuerpo y alma quedarse en la capital durante una temporada, apreciar sus calles, su gente y, como no, su idioma.

— Llévate una gorra— le dijo su padre—. El sol va a picar hoy.

Asia sabía que debía hacerle caso aunque de momento el exterior estuviera nublado. Su padre siempre acertaba en cuanto a cuestiones meteorológicas. Pero no había nada que odiara más que las gorras. Así que solo asintió y anunció estar lista, a lo cual su madre, emocionada, dejó escapar un chillido de emoción.

— ¡Bien pues, marchando!— dijo Beca, que ya se dirigía hacia la puerta. Iba a ser una caminata muy larga.

Asia aún estaba adormilada y solo caminaba porque su madre la arrastraba por los pasillos del metro mientras soltaba suspiros de exasperación.

— Asia, cariño, como no muevas el culo más rápido no llegaremos ni mañana— dijo a la vez que soltaba el brazo de su hija bruscamente.

— Con lo bien que se estaba en casa...

Beca miró a su hija por encima del hombro y le hizo una mueca de desagrado. Su padre, Daniel, se limitaba a caminar por delante de ellas dos, obviando las pequeñas discusiones de siempre entre madre e hija. Daniel era el único que conocía el metro de Seúl. Llevaba cinco meses más que ellas viviendo allí, y como iba en transporte público a todos lados lo conocía como la palma de su mano.

Tras caminar unos minutos más bajo tierra y bajar y subir escaleras de un lado para otro, llegaron al andén del metro 3, el que lleva al centro. Asia se subió desganada y como el vagón iba lleno se aferró a una de las barras laterales. Cuando las puertas del metro se cerraron, Asia aprovechó para cerrar también sus ojos y descansar. Le vinieron a la mente recuerdos de haría a penas un mes, cuando ella y su grupo de amigos fueron al parque de atracciones como fiesta de despedida. Nunca olvidaría como el helado de un niño subido a la noria cayó de lleno sobre la cabeza de su mejor amiga. Asia sonrío, aunque luego pensó en que pasarían meses antes de que pudiera ver de nuevo a sus amigos y su sonrisa se desvaneció.

OtokéWhere stories live. Discover now