Capítulo 28: Príncipe azul

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Jin acabó de limpiar la cocina, pues el manjar que había preparado para comer había dejado el mármol, los fogones e incluso la pared enracholada, pegajosos. Aún y así se encontraba más alegre que últimamente, pues cocinar con calma un buen plato podía alegrarle el día... y aún más si al probarlo, el resultado era excelente. No podía mentir, esta vez la comida no era la única razón de su felicidad, pues una chica pelirroja viajaba por su mente de vez en cuando haciéndolo sonreír ligeramente. "Realmente un flechazo que pega fuerte" pensó ensimismado.

Se secó las manos tras lavarlas cuando llamaron al timbre. Cosa extraña, pues no esperaba a nadie. Cogió su móvil, pensando que a lo mejor lo habían avisado de la visita y él no lo había visto, pero no fue así.

Curioso, se acercó a la puerta e hizo una mueca divertida de fastidio al ver quien, o mejor dicho quienes se encontraban tras esta.

— Madre mía tío que peste a pescado— dijo Jung Hwan al entrar sin permiso alguno en la casa—. ¿Por qué no te pillas de una vez un Yatekomo y dejas de hacer estas guarradas.

Jin sopló al escuchar las palabras de su amigo, pues este siempre criticaba sus métodos de cocina tradicional. ¿Qué había mejor que preparar la comida con tus propias manos? ¿Cuál podría ser una mejor sensación que la de amasar el kimichi dentro del gran recipiente redondo? Eso era mucho mejor que comprar las cosas hechas.

— ¿Has hecho saengseon gui? ¿Te ha sobrado, por casualidades de la vida, alguna sardina?— preguntó Jae Hwan, el otro chico que había entrado y cerrado la puerta detrás de Jin.

El pelinegro negó con la cabeza, lamentándose por tener los amigos que tenía, tan... peculiares.

— ¿No sabéis que no podéis presentaros a casas ajenas sin avisar?— respondió Jin, mirando como ambos chicos se acomodaban en el sofá.

— Venga hombre, si este es mi segundo hogar— dijo Jung Hwan, tumbandose al revés y poniendo los pies en el respaldo del sillón, sabiendo la rabia que le hacía esa acción al anfitrión—. No sé por qué no quisiste vivir con nosotros aunque, si te lo piensas, podemos traer nuestras maletas e instalarnos en tu mansión.

— No empieces— le advirtió Jae Hwan haciendo que el chico volviera a sentarse bien antes de que el dueño de la casa le aventara una chancla en la cabeza— . Hemos venido para recompensarte— explicó, dirigiéndose esta vez a Jin—. Sé que debió ser incómodo para tí cenar sólo en un bar como ese así que... ¡te invitamos a tomar algo!

Los dos amigos se miraron mutuamente para volver a dirigir su vista hacia Jin, quien se encontraba de pie apoyado en la pared más cercana al sofá. Estaba mirando hacia la nada y las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente mientras suspiraba casi de forma imperceptible. Parecía no estar escuchando nada de lo que le estaban diciendo.

— A tí te pasa algo— dijo Jae Hwan con el ceño fruncido. El chico, de pelo gris platino, pocas veces había presenciado una situación como esa, y por lo tanto su curiosidad acerca del tema aumentaba por segundos.

— ¿Está enfermo?— exclamó de forma exagerada el de cabello castaño rojizo— ¿Tiene fiebre?— preguntó, levantándose para correr hasta Jin y poner una mano sobre su frente, calculando la temperatura—. Aigoo, se está muriendo. Jae Hwan, avisa a una ambulancia. El pescado lo ha consumido por completo. ¡Maldita sardina! ¡Jae Hwan!— gritó Jung Hwan sacando a Jin del trance.

— Cierra el pico imbécil— le gritaron Jae Hwan y Jin al unísono, pues esas reacciones de parte de su amigo eran demasiado normales para ellos pero no para los vecinos—. Yo... estoy bien— respondió esta vez Jin volviendo a la realidad sin acabar de convencer a sus invitados.

OtokéWhere stories live. Discover now