Capítulo 4: Galletas de chocolate

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Asia se levantó asustada y miró a su alrededor confundida. Entraba mucha luz por los grandes ventanales de su habitación aunque estos estuvieran cubiertos por unas cortinas bastante opacas. Entraba demasiada luz. Adormilada miró al pequeño reloj con forma de Mickey que su padre le había regalado de chica. ¡Las ocho y veinte!

La chica se levantó de un salto y se fue directa al baño. Esa mañana debería de ducharse, pero no tenía tiempo. Se lavó los dientes frenética y ni se peinó. Su top del pijama parecía una camiseta de calle, así que solo se apresuró en ponerse unas mallas que estaban encima de la silla giratoria del escritorio y unas zapatillas de deporte blancas. Puso su móvil dentro de la mochila, la cogió su mochila y se fue de casa sin coger su abrigo ni las llaves. Las dos primeras horas daban expresión gráfica, la materia más importante de diseño y a este paso Asia llegaría una hora tarde ¿Dónde estaba su madre cuando realmente la necesitaba?

Cuando ya estaba en la parada del bus, la chica se puso sus auriculares. Se disponía a poner su música a todo volumen cuando se percató de que no tenía más de un quince por ciento de batería. Se lo pensó dos veces antes de finalmente darle al play del reproductor. De hecho, Asia utilizaba su móvil más que como tal, como un reproductor de música. Además tampoco hablaba con mucha gente y sus conversaciones no solían ser tan relevantes. En cambio su música sí.

Llegó a la universidad una hora tarde, como ella ya había previsto. Corrió por los pasillos de los edificios hasta llegar a su sala, abrió la puerta con un fuerte empujón y se volcó hacia el interior de la clase. Todos, incluyendo al profesor, la observaron atónitos. A Asia le subió el color por las mejillas en cuanto se dió cuenta y se sentó torpemente en el asiento más cercano a la puerta. Miró hacia el suelo hasta que oyó a sus compañeros voltearse hacia el profesor de nuevo mientras murmuraban.

A Asia se le caía la cara de vergüenza. Solía humillarse a ella misma con frecuencia, pero nunca delante de tanta gente. Mentía, de hecho su máximo había sido con unas cien personas el día del bautizo de su prima bebé cuando debía tener unos trece años. A todos los adultos se les hacía la boca agua con la idea de que Asia, la primita mayor de la bebé la cogiera en brazos para poder sacarles unas cuantas fotos juntas. Las fotos casi costaron la vida de la bebé, ya que se le resbaló y grácias a la agilidad de su padre el bebé no se rompió la crisma. Cabe decir que ella se negó rotundamente, hasta que su madre la sobornó diciendo que le daría unas galletas de chocolate si hacía caso a los adultos. Asia no era tonta, y menos cuando había comida de por medio. Sí, injustamente se quedó sin galletas y a cambio tuvo una buena bronca. No sé que le reprochaban a una niña patosa de trece años. Beca fue la culpable. Beca y sus galletas de chocolate... Mierda, ahora tenía hambre. No había comido nada desde la noche anterior, y ella necesitaba su tute de energía matutino.

Asia oyó el sonido de un plástico abrirse a su izquierda y se giró bruscamente. El chico que Hye y ella se encontraron en el metro estaba solo, al otro lado del pasillo en la última fila. Tecleaba velozmente en su teclado con sus manos regordetas mientras, de vez en cuando, comía alguna galleta. A pesar de estar afamada, Asia no pudo resistirse a observar al chico detenidamente. Su pelo rubio caía por encima de sus estrechos ojos que atendían exclusivamente al profesor. Su nariz era muy fina, y sus labios carnosos estaban entreabiertos. Sin previo aviso, el chico miró a Asia de reojo y sonrió satisfecho. Asia volvió su mirada al frente avergonzada de nuevo, pero un sonido de plástico moviéndose la hizo voltearse de nuevo. El rubio tenía el brazo alargado hacia ella, con un par de galletas de chocolate en la palma de su mano. Asia sonrió tímidamente y le hizo un leve gesto con la cabeza mientras cogía las galletas.

- Son mis favoritas- dijo él con una voz fina y aniñada. Luego se volvió a girar y se centró en el profesor de nuevo.

La clase transcurría lentamente. Asia miró el reloj, faltaban al fin 5 minutos. El profesor, en ese mismo instante, anunció que ya podían ir recogiendo sus cosas, lo cual los alumnos no se lo pensaron dos veces.

OtokéWhere stories live. Discover now