Capítulo 29: Pijamada

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Yong caminaba dando vueltas por su habitación, nerviosa. Nunca había invitado a nadie a dormir a su casa. Aunque fuese su sueño desde pequeña, siempre había sido demasiado tímida como para invitar a personas a pasar la noche en su casa. Pero ahora se había encontrado con gente a la que realmente quería, y no le había sido tan difícil convidarlas a hacer una pijamada. La verdad es que se moría de ganas. Recordó las mil pelis para adolescentes que había visto en los últimos, no sé, diez años y lo impresionantes que eran esas fiestas. Hoy sería una noche para no olvidar.

— Yong, cariño— dijo su padre asomando la cabeza detrás de la puerta de la habitación— ¿cuándo llegan tus amigas?

— En teoría a las ocho— Yong miró su reloj. Eran las ocho y cuarto. Volvió a mirar a su padre decepcionada—. Osea, hace un cuarto de hora.

— Oh, Yong— se lamentó acercándose a ella y abrazándola—. Seguro que solo se han retrasado.

— Papá, ¿cómo se retrasarán las cinco?

— Cosas de la...— el timbre anunciando la llegada de alguien interrumpió la frase de su padre— ¿lo ves?— dijo contento.

Yong sonrió. A veces era demasiado pesimista, y su baja autoestima tampoco la ayudaba demasiado. Con su padre, caminó hasta la puerta de su casa, que conectaba directamente con la frutería. Antes de abrir la puerta, Yong miró al hombre. No quería decirle que se fuera, pero a veces su padre podía ser demasiado cariñoso y sobreprotector. Aunque también lo entendía. Ahora tenía que cumplir con todos los roles de la familia.

— ¿En serio no puedo ni presentarme?— susurró mirándola extrañado— Te juro que sólo las saludo y me voy a ayudar al chico a descargar el camión.

La chica rodó los ojos y puso su meñique alzado en frente de la cara de su padre. Él sonrió. Su hijita aún era una niña cuando quería. Entrelazó su meñique con el de Yong y juntaron sus pulgares. A ella se le escapó una pequeña sonrisa. Era imposible decirle que no a su padre. Seguidamente abrió la puerta.

— ¡Hola!— gritó Gi Lee abrazándola fuertemente, sin percatarse de que el padre de la chica estaba allí. Cuando vio al hombre, se separó de su amiga y puso un tono mucho más serio— Anyoung hashimnikka señor. Soy Gi Lee— se presentó inclinando su cabeza levemente.

— Encantado. Yo soy Haneul Song, el padre de la pimpolla— dijo desaliñando el pelo de su hija. Yong la miró seria. Sabía que odiaba ese mote, y que su padre sólo la llamaba así para avergonzarla. Al ver la mirada de su hija, Haneul sonrió inocentemente—. Bueno, yo os dejo solas chicas. ¡Que vaya bien!

El hombre salió de su casa y traspasó la frutería. Estaba muy contento por su hija. Sabía que necesitaba algo así, algo que la hiciese feliz, lo merecía después de todo por lo que había pasado. Al fin había encontrado a amigas que valieran la pena.

En casa, donde antes estaba distante y melancólica, ahora no paraba de hablar de sus nuevos amigos. Se alegraba tanto por su hija. A veces lloraba de alegría. O lloraba en general, pues ese último mes, sus sentimientos eran una montaña rusa.

Haneul llegó hasta fuera de la tienda y cogió un par de manzanas muy maduras que había en uno de los palets. Cuando ya estaba en la acera de enfrente, vio a dos chicas más que entraban en la frutería contentas. Ahora ya sólo faltaban tres más. Llegó al fin a la furgoneta que Suga acababa de aparcar.

— Toma— dijo tendiendole una de las manzanas cuando ya había bajado del vehículo—. Están muy maduras.

Suga asintió confuso. Aún no sabía muy bien cómo lidiar con esa família. Les estaba muy agradecido. ¡Le acababa de regalar comida! Era un trabajo estupendo a decir verdad. Pero se encontraba muy fuera de lugar, como si se entrometiera. Lo trataban como... familia casi. En la tienda de discos, todo era muy diferente. Pensaba que trabajar rodeado de música sería su sueño, pero como todo, los sueños son idílicos y la realidad es muy... real. Choi era una mierda de jefe que no sabía gestionar su negocio, y pasarse diez horas rodeado de música que nunca podría comprar lo tenía frustrado.

OtokéWhere stories live. Discover now