II Guillaume

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Tarde del 4to día después del desembarco

Guillaume entró en la carpa lentamente, a un ritmo que contrastaba con la acalorada discusión de los dirigentes de la expedición. Todo el mundo creía tener una respuesta al misterio del siniestro de los barcos. ¡Fueron los esclavos-prisioneros, herejes!, afirmaba uno de los sacerdotes. ¡Fueron los bárbaros de las islas del oeste, traidores a la corona!, reclamaba el líder del gremio de artesanos de la capital. Guillaume sabía que ninguno tenía algún fundamento para su acusación, y le divertía el ver cómo las históricas rivalidades regionales y culturales afloraban allí, tan lejos de su patria.

Una vez llegó al centro de la sala, uno de los capitanes hizo un llamado al silencio.

-¡Su eminencia Guillaume D'Harcourt, Mariscal del Reino y Campeón del Emperador Giuseppe!

Inmediatamente, toda la estancia calló, y los presentes, salvo los pocos nobles en la sala, hicieron un gesto de reverencia.

-Estimados - inició Guillaume - muchísimas gracias por congregarse aquí para esta reunión extraordinaria. Se que todos tienen una pregunta en común. Comencemos por lo obvio: el siniestro de La Esperanza y La Cascada no fue un accidente, sino una operación de sabotaje cuidadosamente planificada y ejecutada.

Los murmullos comenzaron a llenar el ambiente.

-En este momento no podemos precisar qué métodos utilizó el culpable para lograr su cometido -continuó-. Tampoco conocemos quién o quiénes están detrás del incendio. Pero lo que sí puedo afirmar es que este es un claro intento de desestabilizar esta expedición desde su inicio. Este ataque probablemente fue planeado desde Baldir con el objetivo de generar suspicacia, miedo y desconfianza entre nosotros, orgullosos súbditos de nuestro Imperio. Pero, mis hermanos y hermanas, no teman. Encontraremos a los responsables, y su castigo servirá de ejemplo para todos quienes se opongan a la corona. Por mientras, a pesar de este retraso, la misión concedida por nuestro emperador sigue en pie: colonizaremos esta tierra y esparciremos por ella la palabra de nuestro creador. Ningún vil intento de sabotaje podrá detener nuestro avance.

Los presentes lo ovacionaron inmediatamente. Guillaume observó detalladamente las reacciones. La condesa de Quirón y los religiosos parecían particularmente emocionados; los mercaderes aplaudían para guardar las apariencias y los nobles murmuraban entre si. Pero una persona le llamó la atención. Ubicada al otro extremo de la sala, la mercader Jenna Campbell bebía lentamente una taza ¿de té, de café?, y le devolvía una mirada desafiante. Parecía entretenida por toda la discusión. Su presencia allí le seguía pareciendo un misterio. ¿Por qué la persona más adinerada de la península había decidido dejar atrás su emporio comercial y sumarse a esta expedición, con todo el riesgo que le suponía?

Campbell había financiado buena parte de la expedición: ella sola aportó tres barcos (incluyendo La Cascada, su nave favorita), y mantenía buenas relaciones con varios artesanos y nobles de la expedición. Pero Guillaume sabía muy bien que estos actos no podían ser por pura filantropía. 

-Luego de horas de deliberación con mis asesores, hemos concluido que es prioritario restringir el acceso a las naves restantes. Del mismo modo, tres horas después de la puesta del sol se requerirá que todo el personal no militar regrese a sus respectivas tiendas. Quienes no acaten estas medidas serán arrojados a La Quimera. El funeral para nuestros hermanos perdidos en las llamas se llevará a cabo hoy dentro de unas horas. Una vez acabe, una partida de cazadores liderada por el Capitán Alessio se dirigirá al valle al este. De confirmarse la información remitida por la Primera Expedición, procederemos a migrar nuestro campamento al valle, y fundar la nueva capital imperial en estas tierras. Si todo procede de acuerdo...

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