X Sai

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2 años y 3 meses antes del desembarco.

Protegido por la oscuridad de la noche, Sai y otros tres rebeldes se deslizaron entre los arbustos de los jardines del palacio de Morat. Aunque la familia Alquist no tenía mucho renombre, y su hogar era diminuto comparado con el resto de castillos y fincas de la nobleza, seguía siendo un lugar impresionante.

Escondido entre los árboles, escuchó a los guardias gritar todo tipo de órdenes. El plan estaba funcionando a la perfección: la reserva se estaba desplegando hacia la puerta principal, donde un puñado de soldados liberales, apoyados por una turba y algunas piezas de artillería, hostigaban a los centinelas. El siguiente paso lógico sería refugiar a la princesa en algún lugar seguro, como una torre o una sala con pocos accesos. El número de hombres que hayan dejado para protegerla le era irrelevante. Todos sus compañeros sabían de la importancia de su misión. La revolución había perdido batallas sumamente importantes, y el resto de regiones del Imperio habían fallado en alzarse contra la corona. Pero si podían extraer a Francesca, tendrían posibilidad de apalancar las pérdidas recientes e intercambiarla por prisioneros o suficiente dinero para equipar más barcos.

La maniobra fue improvisada a penas se enteraron de la presencia de la princesa en la región. No tenían tiempo para esperar refuerzos. Esta era la operación decisiva; y estaba preparado para dar su vida si es que fuese necesario.

Sai encontró muy poca resistencia en el palacio. No tuvieron problema en evadir la vista de los pocos soldados que quedaban adentro; y les fue sencillo emboscar y reducir a quienes protegían las principales puertas del palacio. Sin mucho esfuerzo, su grupo se acercó a las paredes del castillo. Allí se dividieron, y cada uno se dirigió a una de las torres de Morat. Sai se dirigió a la principal.

Dos pasillos daban a la escalera base por la que podría subir a la torre. Sai avanzó por el más lejano a la puerta principal, pues concluyó que sería el menos defendido. En efecto, toda esa ala del castillo estaba desolada, con unos pocos soldados temerosos, que no le suponían una real resistencia.

Avanzó sigilosamente por el pasillo, pero al abrir la puerta y entrar en la antesala se encontró con una mujer en el extremo opuesto. Vestía una armadura de cuero ligera, como de caza, y un estoque en su cinto. La reconoció como Intre Alquist, heredera de Morat. ¿Qué estaba haciendo allí? Por su posición en la puerta, ¿estaba actuando como guardia? ¿Había anticipado que alguien trataría de entrar a la torre por este pasillo poco vigilado? Confundido, Sai la observó a detalle. ¿Intentaría correr, gritar por auxilio? Pero entonces, Intre bajó su mano, llevándola a la altura de su estoque.

"Va a pelear."

Sai corrió hacia ella, cruzando el pasillo en unos cuantos segundos. De un solo movimiento firme, Intre alistó su estoque y se puso a la defensiva. En cuanto estuvo suficientemente cerca, Sai giró, desenvainó el sable en su cinto y lanzó un rápido corte dirigido al cuello de la dama. Pero ella lo había anticipado. Moviendose ligeramente, Intre interceptó la espada con su estoque, y desvió su ataque. Sai se sorprendió por la rápida reacción de su oponente. Intre aprovechó el momento para cargar y soltar una certera estocada, dirigida a su rostro. Logró evadirla al último instante, pero el corte destrozó su capucha. Ambos intercambiaron miradas intensas. La tenue luz de la noche hacía brillar los ojos pardos de la joven, que le dedicaban una mirada llena de furia y temor.

Sai retrocedió un par de pasos para recomponerse. Su rival estaba entrenada. Intre se reposicionó al lado de la puerta, volviendo a adoptar una postura de esgrima.

Pero esta vez Intre atacó primero. Tras acercarse un par de pasos, desató una serie de golpes, que Sai bloqueó y esquivó. Ella no estaba jugando: cada uno de sus ataques estaba destinado a algún punto vital. Sai continuó retrocediendo. Quizás por la falta de experiencia, o por estar demasiado concentrada en acabar con él, Intre se había alejado bastante de la puerta que quería proteger. Sai aprovechó esto, y utilizó su sable para desviar una estocada de Intre hacia su izquierda. Sin pausa, giró y utilizó su pierna para atestarle un fuerte golpe en su torso, que la llevó al suelo. Entonces, corrió hacia la puerta del pasillo, pensando en que podría lidiar con ella si intentaba cruzar el portón. Pero antes que pudiese cruzar a la puerta, escuchó un fuerte gruñido, y el sonido de una hoja de acero cortando el viento. Sin pensarlo, se agachó, y sintió un leve corte a la altura de su hombro. Intre había lanzado su propia arma contra él, en un desesperado intento de detenerlo. Su estoque se había clavado contra la puerta, cerrándola de golpe.

Y algo así era todo lo que Sai estaba esperando.

Aprovechó la oportunidad, recogió el estoque y lo lanzó lejos. Creyendo con eso haber asegurdado la victoria, se sorprendió cuando se dio cuenta que ahora Intre avanzaba rápidamente hacia él.

"Está demente", pensó.

En efecto, le pareció una decisión desesperada, pero aquello sellaba su duelo. Ante su oponente desarmada, Sai se preparó y lanzó una estocada que pensó sería final. Pero, de nuevo, Intre se anticipó a sus movimientos. En el último momento, cogió sus brazos que se encontraban sujetando su espada, giró, y de un brusco movimiento lo lanzó hacia el suelo, logrando que suelte su sable en el proceso. Sai rodó varios metros hasta reincorporarse. Al ponerse de pie, vio a Intre empuñando su propia espada, la legendaria hoja negra. Enojado, Sai desenvainó la espada corta que llevaba en su espalda, y se acercó cautelosamente. No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, pero no podía perder más tiempo allí. Sin embargo, ahora Intre tenía algo de ventaja, puesto que su arma ahora poseía una hoja más larga. La había subestimado demasiado.

Preocupado por el resultado de su misión, Sai regresó al ataque. Intre blandió su propia espada con singular gracia, interceptando sus ataques y repeliendo sus avances. Él había peleado y vencido a varios maestros de la espada, desde caballeros a oficiales del ejército imperial. Pero algo en esta mujer era diferente. Su habilidad para leer sus movimientos le resultaba extraña, impensable. Pero también le comenzó a resultar sencillo predecir cómo Intre se movería. Ambos habían encontrado el ritmo del otro.

Durante todo el enfrentamiento, mientras cruzaban espadas, continuaron intercambiando miradas. Y conforme pasaba el tiempo, notó que la mirada de Intre dejó de estar cargada de enojo, sino que ahora estaba marcada por una extraña compasión.

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El duelo de Intre y Sai duró aproximadamente un cuarto de hora, aunque ambos lo sintieron mucho, mucho más largo. La ofensiva rebelde en la puerta principal fue apagada rápidamente, y los soldados se dedicaron a inspeccionar todo el castillo. Al cabo de unos minutos, Illian y su escuadra encontraron a Sai e Intre aún peleando, entrelazados en lo que parecía ser una danza eterna. Illian se interpuso entre ellos, y sus hombres apuntaron arcabuces al asesino, gritándole que suelte su arma. Sai, aunque jadeando, continuaba mirando fijamente a Intre, y no podía evitar esconder una sonrisa en su rostro. Aunque los soldados no pudiesen verlo, Intre tenía una sonrisa similar.

Reconociendo su derrota, Sai soltó su espada. Los guardias no esperaron para reducirlo y enviarlo al calabozo.

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