IX Intre

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2 años y 3 meses antes del desembarco

Intre se encontraba leyendo un libro en su cuarto cuando la primera explosión hizo retumbar todo el palacio de Morat. Asustada, se asomó por la ventana, y vio una ligera línea de humo, elevándose cerca de la entrada.

"¿Rebeldes?"

La presencia de la princesa imperial Francesca en el pequeño palacio rural de su familia había despertado ciertas protestas de parte de rebeldes que azuzaban a los campesinos y burgueses locales; pero aparte de alguna manifestación, Intre jamás pensó que se animaran a atacar abiertamente la muralla.

-¡Mi señora! – Illian abrió bruscamente la puerta de su cuarto a los pocos minutos, portando su armadura – Mi señora, hay fuerzas rebeldes atacando la puerta principal. Su padre ha pedido que la escolte a la sala principal.

Sin demorarse, Intre portó la armadura de cuero que había utilizado para entrenar durante el día, alistó su estoque y siguió a Illian. De una ventana pudo ver cómo el humo se había transformado en una enorme columna, que resaltaba entre la noche iluminada por una luna llena. El sonido de soldados corriendo y sargentos gritando órdenes llenó todo el palacio. Los sirvientes, confundidos, no tenían muy en claro qué hacer ni dónde refugiarse.

La segunda explosión agarró a Intre e Illian en una escalera, y fue tan fuerte que llegó a romper algunos de los vitrales.

"Alguien podría infiltrar el palacio por alguna de estas ventanas", pensó Intre de pronto.

Su padre lo esperaba en la enorme sala principal, que aún no había sido limpiada luego de la cena. Guido, el capitán de la escolta real le gritaba improperios a su padre, Jhonatan Alquist. Si bien la familia Alquist era parte de la nobleza, su posición social y su patrimonio eran bastante reducido, al punto que un Guardia Real se sentía en todo derecho de alzarle la voz sin repercusiones. De lejos, Intre escuchó la preocupación de Guido por carecer de suficientes hombres para proteger el palacio. Su padre solo atinó a disculparse.

"Nadie jamás se esperó esto".

Guido estaba sugiriendo que esto era una trampa orquestada por la propia familia Alquist. Pero eso no tenía sentido. Francesca era quien había insistido en visitar esta región. Ella había intercambiado una interesante correspondencia con Intre. Tenían casi la misma edad, y ambas se aburrían constantemente de la rutina de palacio. Pensar que era un atentado era solo paranoia pura.

Luego de deliberar el mejor curso de acción, su padre partió a dirigir personalmente la defensa de la puerta principal, llevándose a Illian consigo. Guido quedó a cargo de proteger tanto a la princesa como a Intre, y decidió que lo mejor sería atrincherarse en la torre principal junto con los nobles y los sirvientes. La artillería rebelde, si es que existía, difícilmente tendría tiempo para entrar en un rango lo suficientemente cerca como para amenazar la torre. Confiado en que un puñado de hombres podrían fácilmente repeler a quienes intenten subir la escalera hacia la torre, Guido envío parte de la guardia real al frente, quedándose solo con cinco de sus hombres.

-¿Por qué quieren matarnos, Intre? – le preguntó Francesca, temerosa.

Intre no intentó ensayar una respuesta, solo le dio un fuerte abrazo para tratar de calmarla. La guardia real comenzó a escoltarlas a ambas y al resto de nobles presentes hacia la torre. Eran solo cinco soldados. Eran parte de la élite del imperio, pero seguían siendo solo cinco.

Habían solo 2 pasillos que daban a la torre. Mientras se acercaban a la gran escalera, se escuchó una tercera explosión, que parecía mucho más cercana que las anteriores. La fuerza destruyó todas las ventanas cercanas, e hizo que Francesca rompa a llorar.

-¡Apúrense! – les gritó Guido a todos.

Pero la mente de Intre comenzó a volar. Muchos pensamientos cruzaron su cabeza, y llegó a una extraña conclusión. Ignorando todo tipo de precaución, Intre aprovechó la confusión, se mezcló entre los sirvientes, y cruzó el umbral hacia el pasillo sur, cerrando la puerta detrás suyo, asegurándola. El pasillo estaba completamente a oscuras, aunque las ventanas rotas dejaban entrar suficiente luz de luna para alumbrarlas ligeramente. La alfombra púrpura en el suelo, los candelabros apagados y las pinturas en la pared; todo le daba un aspecto tétrico. Inquieta, Intre esperó con su espalda pegada a la puerta.

"El ataque a la puerta principal del palacio es una distracción", se repitió a si misma, como una especie de mantra.

"Los rebeldes no pueden tomar este palacio. Necesitarían demasiados hombres para asegurarlo. Sería demasiado estúpido..."

"Pero pueden matar a Francesca."

"O peor, raptarla y usarla como rehén."

"Y la mejor forma de hacerlo sería forzar al regimiento al frente, y enviar a alguien a infiltrar el palacio."

"Si ese es el plan, alguien intentará subir a la torre por este pasillo."

Guido y la guardia real no le creerían, pensó. Aumentarían las sospechas que su padre había orquestado todo esto. No podía confiar en ellos. Así que esperó. Inquieta, ansiosa, esperó. Escuchó todos los disparos de cañones y arcabuces, los gritos de dolor y las ordenes de los oficiales.

¿Estaban ganando?

¿Qué tal si en verdad tenían intención de irrumpir por la puerta?

Su mente se llenó de todo tipo de dudas.

"Pero si el plan es matar a Francesca, alguien aparecerá por este pasillo."

Helada, Intre esperó.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero de pronto escuchó un extraño ruido. No podía distinguirlo. ¿Eran pasos, golpes? ¿Venían de afuera? El bullicio le impedía determinar su procedencia. Intre pensó en acercarse a la ventana para observar, pero antes que pudiese dar un paso, la puerta al otro extremo del pasillo se abrió. Un hombre de considerable altura se deslizó entre la puerta, la cerró asegurándose de hacer el mínimo sonido, y volteó.

Ambos se miraron fijamente, sin intercambiar palabra alguna, en lo que le pareció una eternidad. El hombre estaba vestido en un traje completamente negro, portaba un sable en el cinto y lo que parecía ser una espada corta en su espalda. Una capucha le cubría el rostro, pero dejaban ver sus ojos, de un azul intenso. Ella reconocía esa vestimenta como el atuendo de los maestros de espada de las Islas Doradas.

"Viene por Francesca."

Intre intentó llevar su mano a su estoque, pero en cuanto el asesino detectó su movimiento, cargó rápidamente contra ella. Intre desenvainó su espada, adoptó una postura de guardia y esperó a que él de el primer golpe.

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