XXII Thomas

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Treaceavo día después del desembarco

A la mañana siguiente, ya con Thomas y Dianne de vuelta en sí, la partida retomó su viaje. Se encontraban siguiendo a John Barry, el contramaestre de la Almenara, quien los guiaba por el bosque en dirección al campamento de los sobrevivientes.

-¿Nos perdimos de algo? - preguntó Dianne mientras cruzaban el bosque, ahora de vuelta a la normalidad tras el encuentro con el maestro de bestias.

-Oh, nada en especial, madame – le respondió Illian -. Solo insectos y plantas.

-Tuvimos que cargarlos a ambos en camillas – explicó Intre -. Y no avanzamos mucho, no podíamos ir muy rápido.

-Espero que ninguno de estos tipos se haya atrevido a ponerme una mano encima – susurró la cazadora, con una mueca de enojo. Intre tuvo que reafirmarle que ella se había encargado de moverla.

-¿Realmente estuvo allí, en la Pesadilla? - preguntó Sai.

-Qué puedo decir... estaba equivocada. Existe... y es igual de aterradora que cómo la describieron. ¡Pero tenían que haber visto a Thomas! – dijo, señalando al clérigo que montaba a la retaguardia de la formación -. Se enfrentó solo a una bestia el triple de su tamaño, sin un atisbo de miedo.

Thomas se sonrojó ante el cumplido.

-Eh... yo... solo hice mi trabajo...

-Oh, vamos, no sea modesto, Padre – le increpó Intre -. Salvaste el día, primero de aquél maestro de bestias y luego recuperando a Dianne.

-Derrotó al dragón y rescató a la doncella – bromeó Illian.

No acostumbrado a recibir cumplidos, Thomas solo asintió mientras continuaba sonrojándose. Sai llegó a percatarse – o tuvo esa vaga impresión - que desde que habían despertado Dianne miraba a Thomas de una forma muy distinta.

-Sabe, Padre. Debería de darnos algunas lecciones sobre defensa personal en la Pesadilla – propuso Dianne -. Definitivamente no llegaremos a su nivel de valentía... pero podría ser necesario en caso alguno de nosotros pase por lo mismo de nuevo.

-No es una mala idea – comentó Sai.

-¿Podrías hacerlo, Thomas? - le preguntó Intre.

-Sí... aunque...

-Aunque...

-Para entrenar, los clérigos crean un sueño compartido. En este caso, todos tendríamos que compartir un sueño, y...

-¿Hay algún problema con eso?

-Pues tendrían que entrar en mi mente.

El resto de la partida se miró entre sí.

-Descuide, Padre. No indagaremos en sus fantasías privadas mientras estemos allí – dijo Dianne en un tono burlón, e Intre e Illian la siguieron con una risa.

Thomas solo atinó a sonreir tímidamente.

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A golpe de mediodía llegaron a un extremo del bosque, ubicado en una pequeña quebrada. Desde allí pudieron ver a la distancia los restos de un barco, encallado contra la costa. Parte de su casco, boca arriba, era golpeado continuamente por las olas. En un pequeño parche de arena divisaron un campamento, pero observaron que una columna de humo se alzaba de esa posición. No parecía ser el de una fogata.

-¿Un incendio? - preguntó Dianne.

-No... – dijo Illian al ver la escena – Parece un ataque.

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