IV Jenna

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Mañana del 5to día después del desembarco

Luego de un relajante baño, Jenna se dispuso a iniciar las labores del día. Escogió ropas cómodas - una falda turquesa, una blusa crema , botas y un toque de joyeria -, bebió un sorbo de vino, y se encontró con Dianne a la entrada de su tienda, quien la esperaba con una sonrisa pícara, y un arco en su espalda.

-¿Y bien? - le preguntó - ¿Ya quedó todo listo?

-Sólo falta la presa para el asado. Un par de sentinelas han avistado liebres y ciervos afuera del perímetro. Quizás eso sea más acorde, en vez de alguna de nuestras cabras.

-Definitivamente... Por favor, ten cuidado; no quisiera tener que tender tus heridas en este día.

Dianne le devolvió una sonrisa, compartieron un beso, y ambas descubrieron la entrada de la tienda. Si bien llevaban pocos días en este continente, Jenna ya se había acostumbrado al sol y el bullicio del campamento. Pero esta vez, algo le sorprendió. Un pequeño escuadrón de soldados se encontraba fuera de su carpa, y su capitán, un hombre joven y lampiño, vestido en la armadura típica del Tercio, parecía estar discutiendo con Hugo, su jefe de seguridad, quien estaba acompañado por otros 2 de sus hombres, todos con las manos cerca de sus pistolas.

-¿Y esto? - le comentó Diana.

-Oh... Guillaume, siempre tan ocurrente - respondió, divertida -. Bueno, suerte en la cacería, por favor no llegues tarde.

-Jamás, madame.

Diana se puso en marcha, y Jenna se acercó a los guardias, quienes hicieron un saludo marcial para notar su presencia, aún mientras Hugo parecía estar a punto de agarrarse a golpes con el teniente.

-Hugo, querido, ¿qué está sucediendo aquí?

-Madame Campbell... estos hombres dicen venir por órdenes directas del mariscal...

-Madame. - le dijo el teniente, haciendo una reverencia - En vista de la tragedia de su nave, hay motivos para sospechar que podría estar en peligro. Su exelencia Guillaume d'Harcourt nos encomendó la tarea de escoltarla... ¿madame?

Jenna no pudo contener una risa. Ella había anticipado que los oficiales y dirigentes de la expedición intentarían vigilarla, pero nunca pensó que lo hicieran de una forma tan burda.

-Muchísimas gracias por este gesto, teniente. Con gusto aceptaremos a sus hombres. Hugo, por favor integra a estos soldados a nuestro equipo, y brindales algo para comer y beber cuando sea necesario. ¿Disculpe, cuál es su nombre?

-Antoine Cardevac, madame Campbell. Gracias a usted por su gentileza.

-Es lo mínimo que puedo hacer por nuestros soldados. Se vienen días pesados, Teniente Cardevac. Espero pueda mantener el paso. 

El teniente asintió. Acompañada de él y de Hugo, Jenna se dirigió al puerto. En el camino, comenzaron a conversar amenamente. Por más que la misión de Cardevac era llevar un reporte de a dónde iba y con quienes se reunía, el teniente parecía un alma inocente, soltando información a diestra y siniestra. Debía de tener unos veintitres años, y sus facciones finas, camuflada por su barba, le inspiraban algo de ternura. En menos de veinte minutos, Jenna confirmó varias teorías acerca de cómo es que se habían escogido a los oficiales militares, religiosos y civiles para la expedición.

-Muchos de los oficiales tuvieron una participación destacada en acallar el Alzamiento Hereje de hace tres años - le dijo el teniente casualmente -. El emperador Giuseppe valoró la experiencia de aquellos que dirigieron la toma de ciudades y la resistencia ante sitios. Todos serán recompensados con extensas tierras en este nuevo continente.

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