XXIV Guillaume

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Octavo día después del desembarco


-¿Y bien, General? ¿Cómo va la investigación sobre el siniestro de las naves?

-Hemos realizado avances significativos, mi señora. Sin embargo, los culpables parecen haber planificado el ataque con un lujo de detalles. La evidencia es inconexa, y los explosivos utilizados fueron creados en base a ingredientes caseros.

-¿Tienen una lista de sospechosos?

-En efecto... pero ninguna evidencia es lo suficientemente convincente para armar algún caso.

-Si me permite, General, a estas alturas la expedición no puede permitirse más rumores. Deberían rodear al principal sospechoso, y ejecutarlo públicamente. Eso enviará un mensaje a los conspiradores, si no resultan ser ellos.

-Mi señora...

-Lo digo, en serio, Marco. ¿Y quién lidera la lista? No me sorprendería ver a alguno de los capitanes de la ramera de Campbell, o a ella misma. ¿Ya la han interrogado directamente? ¿Torturado?

-Eh...

-Campbell no ordenó el incendio – Dijo Guillaume, con un tono de voz serio y seco.

Clarisse y Marco, que estaban ambos sentados almorzando a su lado, quedaron en un silencio incómodo. A golpe del atardecer, en una celebración tardía por la primera semana de la expedición en Senzafine, los nobles, clérigos y oficiales habían organizado una cena de gala. Esto retrazó significativamente el avance de la caravana, pero todo el alto mando insistió en que debían de darle el gusto a los nobles. Mientras un bardo alegraba la velada con una alegre melodía, los más ebrios reían y algunos bailaban, Guillaume, su esposa Clarisse y los oficiales del alto mando junto con sus parejas se ubicaban sentados en la mesa principal, observando todo el festejo.

-Pareces estar sumamente seguro de que Campbell no está involucrada – añadió Clarisse, mientras se servía una taza de té -. Escuché que hablaste con ella en privado.

-Así es – respondió.

-¿Tanto cambió tu apreciación de la situación?

-Siento que estás algo decepcionada de que no la estemos torturando en este mismo instante.

Clarisse le devolvió una sonrisa aguda, que le devolvió un destelló como el sol reflejado en el filo de una navaja.

-Me conoces bien, Guillaume.

-Mi señora... - dijo Marco - ¿Puedo preguntar por qué tal animosidad para con Campbell? ¿Tiene usted alguna historia personal con ella.

-No, no es nada personal. Pero ella financió aquél intento fallido de revolución. Tiene sangre inocente en sus manos. No me agrada la idea de compartir este viaje con alguien tan vil.

-Todos en esta cena son personas viles, mi señora – añadió Leone Molin, el jefe médico de la expedición, quien estaba sentado a la izquierda de Clarisse, devorando un filete y bajandolo con un poco de vino -. Conozco a buena parte de los presentes. Se sorprendería usted de los rumores que rondaban por las paredes del palacio de la Capital.

-Si aquella afirmación proviene de usted, Doctor Molin, la tomaré como cierta – respondió Clarisse, con una pequeña reverencia sarcástica-. No dudaría la palabra del legendario jefe de inteligencia de Baldir. ¿Quizás quiera compartir un rumor sobre alguno de los aquí presentes? ¿Quizás uno sobre mi?

-Oh, desde luego que no, no quisiera entorpecer este encuentro con ideas infundadas. Mi señora, alguien como usted no debería de perder el tiempo con lo que digan de uno a sus espaldas.

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