XVII Illian

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Onceavo día después del desembarco

Escondida entre maleza, pronto descubrieron que la cueva tenía una especie de pared falsa. Al ver que el resto estaba agotado por el enfrentamiento, Illian se ofreció como voluntario para tratar de ubicar el origen del sollozo, que había desaparecido súbitamente.

-Debe de ser tan solo un cachorro – dijo, tratando de calmar a los demás.

Aún así, Intre lo siguió y comenzó a caminar a su lado. Ambos recorrieron primero un corto pasillo, cuyo otro extremo estaba también cubierto por lianas. Se encontraron de pronto en una encrucijada: esa sección de la cueva parecía ser una compleja red de túneles, con varios caminos conectados entre sí.

"Todos deben de haber sido cavados por él y las bestias."

La luz de la antorcha que llevaban no permitía discernir dónde acababan. Tomaron el camino a la derecha, y luego de caminar un rato se encontraron en una estancia extraña, de forma circular con paredes cubiertas de piedra. Illian detectó un olor extraño; e Intre no tardó en reconocerlo. Alzó la antorcha que llevaba consigo: varias manchas de sangre, así como brazos y piernas humanas se encontraban derramadas de forma inconexa por todos lados. Illian había sobrevivido algunas de las más cruentas batallas de la revolución, pero en toda su vida no había visto algo tan grotesco. Intre, aturdida por la escena, se llevó la mano al rostro. En medio de la sala se encontraba una pequeña estructura de piedra, con forma de altar. Al inspeccionarla, se dio cuenta que estaba adornada por una multitud de cráneos. La mayoría eran de animales, pero habían algunos que parecían humanos. A juzgar por su estado, Illian concluyó que no eran muy antiguos.

-El demente hizo todo esto él solo – musitó Illian.

-Pero... ¿por qué? – Intre se encontraba impactada y aterrada por lo que veía.

Illian intentó ensayar alguna respuesta, pero no pudo encontrar alguna conclusión lógica. Sea lo que sea que había sucedido en ese cuarto, escapaba a la razón humana. ¿Era todo un sacrificio a alguna deidad pagana?

-Mi señora... no es necesario que vea esto. Si prefiere, regrese al campamento, yo me...

-No te precoupes por mi, Illian – respondió, muy a la defensiva -. Y por favor... deja todo este acto. No eres mi padre, y lo último que necesito aquí es que actúes como su reemplazo.

Illian detestaba ese tono condescendiente en su voz, que lamentablemente se había vuelto sumamente común en sus interacciones.

-Intre – le dijo, iluminando el espacio entre ellos con la antorcha y mirándola a los ojos -, por favor... solo necesito que entiendas esto. He estado al servicio de tu familia por ya más de una década; y mucho de ese tiempo lo he dedicado a protegerte...

-¡Pero jamás te he pedido que lo hagas, Il! Jamás te pedí que me acompañes a esta isla, y menos que estés atrás de mi como un guardaespaldas. ¿Por qué lo haces?

-Por que tomé un juramento, mi señora. Se que en esta era cada vez menos personas toman en serio estas tradiciones, las llaman tonterías, pero significan algo para mí... y... bueno...

Illian se detuvo súbitamente. Por alguna razón sintió que sus propias palabras le pesaban.

-¿Y qué? – respondió, al ver que Illian hizo una pausa.

-Me importas, Intre – dijo al cabo -. Más allá del servicio que le debo a la casa de Alquist... Te he visto crecer y madurar en estos últimos años... Me recuerdas a mi propia hermana; creo que quizás te lo dije alguna vez.

-Sí... - Intre le devolvió una tenue sonrisa. - ¿Margaret, se llamaba?

Illian asintió.

-Y, en verdad... Solo deseo asegurarme que no mueras por alguna imprudencia. Y te conozco lo suficiente como para saber que esas imprudencias suceden constantemente.

-Si te refieres a unirme a la vanguardia...

-¡Me refiero a traer a un asesino de la revolución a este viaje! – increpó. 

-Oh, por favor...

-Tú sabes bien de lo que ese hombre es capaz. Ha masacrado familias enteras de nobles, incluyendo a infantes... Y habría hecho lo mismo con Francesca. Necesito entender... ¿Por qué lo liberó? ¿Por qué lo perdonó?

Intre soltó un suspiro. Ella detestaba tener que explicar sus propias acciones, y él lo sabía. Pero aún así necesitaba escucharlo de su propia voz, por que en el fondo tenía la impresión que estaba actuando por un vano impulso.

Pero antes que Intre pudiese responder, ambos volvieron a escuchar el sollozo. Le pidió a Intre que se mantenga quieta. Antorcha en mano, desenvainó su espada y rastreó el sonido. Pronto encontró otra abertura, escondida entre lianas y otras plantas desconocidas. De un solo movimiento, Illian cortó la vegetación, y se adentró. Intre lo siguió.

La siguiente sección de la cueva estaba iluminada por una antorcha en una pared. Parecía ser una especie de alcoba, con algunos muebles de madera añeja y algunos utensilios de cocina desperdigados por el suelo. Pero en un extremo, ambos encontraron el origen del sonido. Se trataba de una fosa, de unos tres o cuatro metros de profundidad y, en ella, un hombre, quien lloraba desconsoladamente, echado en el suelo. Al detectar que se aproximaban, gritó.

-¡Piedad, por favor!

Extrañados de que compartieran el mismo idioma, Intre le respondió.

-No somos enemigos. ¿Quién es usted?

Al escucharlos, el hombre se reincorporó y trató de observarlos.

-Ustedes... Yo... Mi nombre es John Barry, soy contramaestre de La Almenara. ¿Ustedes..? ¿Vienen de segundo desembarco?

-¡Sí! - exclamó Intre.

Mientras Intre le explicaba todo, Illian junto lianas y las amarró para crear una soga extensa. La lanzó hacia la fosa. Juntos, lograron rescatar al pobre Barry del agujero.

-Gracias al creador... madame... buen caballero – dijo, una vez ascendió.

-Entonces... ¿la tripulación de La Almenara sigue con vida?

-No todos... La mitad de la tripulación se perdió en la tormenta, pero los sobrevivientes logramos rescatar provisiones y armar un campamento en una playa... Pero yo y otros tres hombres... fuimos embocados por los animales de este bosque... Aquél sujeto, que parecía mitad bestia, nos capturó. Nos arrojó aquí y... y... - el tipo comenzó a sollozar – se los devoró... madame... los dio de alimento a algunas de las bestias que controlaba, y él mismo probó su carne.

-¿Pero qué estaba haciendo? – increpó Illian.

-¡No lo sé! El tipo... no parecía humano... ¿Lo vieron?

Intre le explicó que sí. Pero más que continuar la conversación allí, ambos lo invitaron a regresar al campamento de la vanguardia. Definitivamente aún estaba en estado de shock, y algo de comida y bebida le ayudarían a recomponerse. Sin duda sería valioso tenerlo cuerdo, ya que podría ayudarlos a ubicar al resto de la tripulación perdida.

Illian lideró el camino de regreso. Barry, aún tembloroso, avanzó relativamente callado. Pero en un momento, Intre se le acercó.

-Illian, ¿alguna vez, en todos los enfrentamientos que has tenido... has sentido que llegas a entender a alguien a través de su espada? – le dijo Intre.

-¿Qué? – preguntó extrañado – No... no entiendo bien a qué te refieres.

-No puedo explicarlo. Pero en nuestro duelo en Morat, sentí una extraña conexión con Sai. No puedo expresarlo en palabras, Illian. Y se que suena estúpido, pero creo que puedo decir que lo conozco. Se que ha hecho cosas horrendas, pero... no siento malicia en él.

Illian movió la cabeza de un lado a otro. En su mente, había pensado que la respuesta era otra, pero Intre parecía extrañamente convencida de lo que acababa de decir. Sin afán de contradecirla, ni entrar en una nueva discusión, Illian regresó a su papel de guardián mientras terminaban de recorrer el camino de vuelta al campamento.

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