XVI Intre

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2 años y 3 meses antes del desembarco

Sin poder conciliar el sueño, Intre se levantó de su cama, se puso ropas cómodas, alcanzó un candelabro, y se dirigió hacia el calabozo del palacio. Los guardias apostados en la puerta se sorprendieron al verla, pero aún así aceptaron su solicitud de ingresar por su cuenta.

Si bien el calabozo tenía varias celdas, aquella noche el único prisionero era Sai, quien intentaba dormir en las heladas piedras de la mazmorra. Intre se le acercó, iluminando su celda con su propio candelabro. Se encontraba con el torso desnudo, repleto de moretones y cicatrices. Su padre no había perdido tiempo torturándolo.

Aturdido por la súbita iluminación, Sai giró la cabeza. La reconoció rápidamente, y buscó sentarse, aunque los grilletes entorpecían sus movimientos y el dolor peor aún. Intre prendió una de las antorchas de la estancia, y se sentó, apoyada en una pared, al frente suyo. El frío de las piedras le pareció insoportable. ¿Sai podía realmente dormir allí?

-¿Ha venido a torturarme, a obtener información? - le dijo el asesino, gruñendo - Ya se los he dicho, no pienso hablar.

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-No, no vine por eso.

Confundido por esas palabras, Sai la observó detenidamente. La expresión de Intre no era en lo absoluto agresiva. Concluyó que no tenía intención de hacerle daño o incomodarlo. Ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente. Al principio, Sai se sintió incomodado por el silencio, aunque en poco tiempo, aquella calma se volvió extrañamente placentera.



-¿Por qué has venido, entonces? - preguntó al cabo.


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-No lo sé - respondió luego de unos instantes de silencio.

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-No podía dormir - añadió Intre -. No puedo dormir bien desde hace tres días.

-Quién como usted, mi señora - le dijo Sai, mofándose. Intre entendió que su comentario había sido de mal gusto; probablemente él no había podido dormir por la tortura o las condiciones de su celda -. ¿Qué es lo que quiere?

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-¿Por qué lo hiciste? - Intre le dijo en un rato - Aún así me hubieses derrotado... Era una misión suicida.

-Mi seño...

-Intre.

-Intre... No me imagino que alguien en su posición lo entienda, ¿pero alguna vez ha pensado que existen ideales por los que vale la pena arriesgar la vida? ¿Por los que vale la pena morir? Me imagino que...

-Proteger a una inocente... - le recalcó - Por ello vale la pena enfrentarse a un aclamado asesino. ¿No te parece?

Sai se quedó callado al reparar en el desprendimiento de la acción de Intre. Aún no entendía muy bien por qué Intre no había decidido pedir refuerzos en vez de encararlo sola. No parecía confiar tanto en su propia esgrima. Pero Sai no le preguntó. Había un gesto extraño en el rostro de Intre, que lo intimidaba. ¿Había bajado solo para conversar?

-Si - le dijo al cabo -. Eso si amerita dar la vida.

-¿Tú crees que la revolución vale la pena?

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-La libertad sí.

-¿Qué harías si es que fueses libre?

-Abordaría un barco a las Islas Doradas... Armaría una cabaña. Me dedicaría a ver el mar mientras entreno a jóvenes en el arte de la espada. Vivir de la pesca y la cosecha no es un mal plan en estos tiempos.

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-¿Y tú, Intre?



-Tomaría un barco, a algún lugar que nadie haya visitado antes.

-¿Cómo a esa Isole Senzafine? Oí que la expedición ya está regresando.

-Sí...

-Si ese es tu sueño ¿Por qué no fuiste?

-No podía.

-¿Por qué? Eres una condesa. Puedes hacer lo que te de la gana.



-Yo tampoco soy libre.

Sai no supo exactamente qué decirle. Pero algo en su voz y en su mirada le hizo saber que no era una exageración.

Ambos se quedaron allí, disfrutando del silencio, y la cálida sensación de compañía ajena. Sai no se dio cuenta, pero él fue el primero en quedarse dormido. Intre lo notó. No sabía exactamente cómo había pasado las noches anteriores, pero sintió que ahora estaba cómodo. Ella no tardó en seguirlo.

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Los sirvientes hicieron un escándalo al no ver a Intre en su cama. Su padre puso a todo el castillo en máxima alerta, pero los guardias del calabozo rápidamente descartaron la posibilidad de una tragedia. Illian, preocupado, la encontró arrecostada en la pared del calabozo, durmiendo plácidamente. Entendía qué es lo que había pasado, pero no lograba comprender qué podría haber motivado a Intre a hacerlo. En vez de despertarla, la cubrió con su capa, y la cargó de vuelta a su alcoba.

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