XXI Dianne

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Dianne entró a la habitación principal de la hacienda. Jenna la esperaba cerca de la ventana, fumando tabacco de una pequeña pipa y sosteniendo una copa de vino. Ante la tenue iluminación de la noche, daba la ligera impresión que estaba bebiendo sangre ajena.

-Jenna, tenemos un problema.

-Lo sé - respondió, sin siquiera inmutarse.

Dianne no supo bien qué responder. Ante un silencio incómodo, se limitó a agregar.

-No voy a defraudarte.

Jenna volteó a verla. Fue en ese momento que Dianne se dio cuenta que estaba llorando. No podía recordar con exactitud la última vez que la había visto así.

-Lo siento - intentó disculparse ante notar la incomodidad de Dianne-, esto... me ha afectado mas de lo que debería. Solo no pensé sentirme así aquí, en casa.

-Cuando estemos en Senzafine, nada de esto pasará.

Jenna deslizó una tierna sonrisa, y se le acercó.

-¿Tú realmente confías en ello?

-Hemos ganado el argumento, Jen. No hay razón alguna para oponerse a la libertad. Lo único que les queda es su ejército... Pero, en el nuevo mundo...

-Aún así... Varias personas van a tener que morir para que podamos fundar una república allí.

-Lo sé - respondió con convicción -. Ningún estado puede fundarse sin sangre.

Ambas se miraron y se perdieron en un intenso beso. Bruscamente, Dianne llevó a Jenna sobre la cama, y en medio de caricias y jadeos, el vino de la copa se desparramó, extendiéndose y tiñendo todas las sábanas de un siniestro carmesí.

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Cerca de la medianoche, Dianne escuchó un leve golpe en la puerta que la despertó. Sin hacer mucho ruído para no levantar a Jenna, se vistió y salió a la antesala. Uno de sus informantes le había comunicado que habían logrado detectar al mozo. Se encontraba escondido en un almacén del consorcio Belmont. ¿Todo habría sido orquestado por ellos? Sin duda era quienes tenían más que ganar...

Dianne convocó a un puñado de sus hombres, y luego de obtener armas se dirigieron en busca del mozo. Si esto era una maniobra de espionaje comercial, era necesario que la respuesta esté a la altura de la ofensa.

El almacén se encontraba no muy lejos del puerto, pero tenía una seguridad considerable, que parecía medianamente competente. Aún así, sin temor a generar un alboroto en la isla, sus hombres abrieron fuego indiscriminadamente, tomando por sorpresa a los vigías, reduciéndolos con facilidad. Antorchas en mano, prendieron fuego a las javas y contenedores que lograron encontrar. En medio de toda la confusión, Dianne logró ubicar que una persona estaba intentando huir del lugar.

"Debe de ser el mozo."

Dianne alistó su pistola, apuntó con cuidado, y apretó el gatillo. La silhueta se desplomó, cayendo bruscamente al suelo. Dianne comenzó a recargar la pistola mientras avanzaba lentamente. El mozo, herido, se arrastró, tratando de encontrar algún refugio, pero Dianne lo alcanzó sin problemas. Una vez alistó nuevamente su arma, le apuntó al rostro. Él intentó pronunciar algunas palabras, pero Dianne disparó antes que pudiese decir algo.

El sonido del disparó retumbó fuerte para ella. Entendía que lo que acababa de hacer era necesario, pero pasó por su cabeza que era la primera vez que asesinaba a alguien desarmado.

El fuego alcanzó una de las cajas de pólvora, que estalló derrumbando parte del edificio. Dianne volvió en si de pronto. Volteó, intentando buscar la salida, pero encontró de pronto a Jenna esperándola en la puerta. Se alegró, y sonrió al verla.

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