Cap 2: Amargos recuerdos

194 10 4
                                    



Después de aquella canción que repitieron unas cuantas veces, decididos a usarla para el baile, Hopps y Wilde se sentaron momentáneamente en el sofá. Ámbos, estirando sus extremidades en busca de relajar sus cansadas patas y relajarse un poco.

Eran casi las 10:30 de la noche. Para Nick, era hora de irse, pero Hopps no estaba de acuerdo. Le habría gustado que se quedara con ella un rato más, pero entendía que Nick vivía lejos de la ciudad y si no agarraba el autobús que lo dejaba a unas manzanas de su casa, este llegaría mucho más tarde.

—Bueno... No está mal para unos novatos. ¿No crees Zanahorias? —Le dijo él mirándola a los ojos.

Judy, algo cortada, solo asintió.

—Bueno... —Continuó él. —Será mejor que me vaya. Mañana tendré cosas que hacer antes de la fiesta de Bruto y si no me voy ya, se me escapará el bus.

—Mañana querrás volver a practicar ¿Verdad?

—Si. —Respondió Wilde bostezando. —Mañana podríamos volver a quedar y seguir. Seguramente aún podamos mejorar más.

—¡Sep! Eso seguro.

Aunque la despedida fue relativamente sencilla, Ambos, sentían algo que no les dejaba despedirse como solían hacer.

—Bueno Judy. ¡Hasta mañana!

—Hasta mañana Nick. —Le dijo abrazándolo. —Descansa.

Wilde, salió en dirección a su casa. Vivía en las afueras de la ciudad, cerca de una zona abandonada hacía ya mucho tiempo. Bajó hacia un puente de piedra y siguiendo por debajo del mismo llegó a la puerta principal de una casa de aspecto oxidado y desmantelado por la falta de mantenimiento. Lo que hace años, pudo ser una preciosa casa terrera sin vecindario, ahora era menos que la casa de los fantasmas y recuerdos de Nick.

Tras llegar a su hogar, arrojó desganado las llaves a una mesita con espejo que hacía esquina con la cocina. En frente de esta, se encontraba un destartalado salón, donde unas persianas estropeadas impedían dejar entrar la poca luz de la noche, por lo que Wilde, cansado se adentro a aquella habitación y se dejó caer en un sofá a oscuras, mirando al infinito y recordando una vez más cuestiones de su pasado.

Wilde extendió el brazo derecho hacia una mesita donde se encontraba un retrato familiar. Lo cogió y lo miró con añoranza. En aquella foto, se veía a un zorro alto, robusto y de ojos verdes, vestido de forma formal y con una sonrisa segura y positiva. A su lado, una Vulpina algo más descolorida que él, sonreía abiertamente a la cámara enseñando en su sonrisa la alegría y la satisfacción. Y por último, y donde el pulgar izquierdo de Wilde rozó la imagen, un niño de aproximadamente cinco años de edad. Un zorrito risueño, feliz y sin preocupaciones. Un niño que se sentía protegido por sus dos padres, que posaban junto a él.

Nick cerró sus ojos, tratando de olvidar, aquella fatídica noche, donde ese niño jamás volvería a ser el mismo, donde todo se fue al traste, donde lo perdió todo, por nada...

—¡¡Niiick!! ¡Baja que la cena está a punto! —Oyó el pequeño Nick mientras cerraba el agua de la ducha.

—¡¡Voooy mami!! —Respondió él agarrando la toalla para secarse.

Aquella noche, el pequeño Wilde había terminado de ducharse, y tras vestirse con su pijama de color azul, escuchó la puerta de la entrada y bajó directo al salón a encontrarse con su padre.

Al llegar hasta el, este se sujetaba inclinado la cabeza, mascullando algo ininteligible para el zorro.

—¿Qué te pasa papa? —respondió el zorrito acercándose a su padre.

Zootrópolis. La Amenaza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora