De amores fantasmales

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Cuenta la leyenda que allá en la calle doce murió una joven doncella hace unos años. ¿Cómo murió? Nadie lo sabe ¿Su nombre? Menos ¿Por que es importante? Porque aún ahora su fantasma se aparece en esa calle, pasando de un extremo al otro de la misma sin aventurarse más lejos.

Yo no lo creía, las historias que cuenta la gente son falsas, las que no son mero chisme son creadas solo para atraer turistas y fingir que la ciudad tiene algo que ofrecer, lo cual no es cierto. Pero esta vez tuve que ceder, porque la vi.

Iba caminado por aquella calle a altas horas de la noche, se me habían pasado un poco las copas y llegaba a mi casa más tarde de lo habitual, decidí tomar esa calle para llegar a casa, usualmente no la uso por que de día hay mucha gente por ahí, y detestó toparme con la gente chismosa que vive por el lugar. Pero era de noche, y no pensé encontrarme a nadie, me equivocaba. Iba topando ya la mitad de la calla cuando la vi, vestía un poco ligera para la época o la hora, me acerque por si necesitaba algo.

—¿Sabes qué hora es? —me preguntó apenas me encontré al alcance.

Saque mi teléfono para revisar la hora.

—Casi la una de la mañana —respondí sorprendido, ni yo sabía que era tan tarde ya.

—Es noche —respondió más para sí misma.

—¿Necesita ayuda? —pregunté pues no se me hacía conveniente que estuviera sola, tan noche y con el ligero vestido que llevaba.

—Estoy esperando a alguien —se encogió se hombros y miro hacia ambos lados de la calle.

—¿Gusta que me quedé un rato? —ofrecí —o puede esperar en mi casa, si desea le presto mi teléfono para llamar a quien espera.

Le tendí el aparato esperando que lo tomara, pero solo lo miro con extrañeza y curiosidad.

—No, no creo que él tenga uno de esos.

Sus palabras me sorprendieron por dos razones, su rara forma de dirigirse al aparato y el echo de que exista un hombre sin sentimientos capaz de dejar a una mujer esperando fuera y tan noche.

—Me quedo.

Dije eso con voz firme esperando que eso le ofreciera una idea de que no podía decir que no, pero ella no dio ninguna seña, ni a favor ni en contra.

Esperamos por un rato, pero nada, en la forma en que me encontraba no podía decir qué de todo era más extraño, y una pequeña parte de mi cerebro zumbaba en alerta como queriendo que recordara algo, pero no sabía el qué.

Después de un rato más termine por desesperarme, seguro que la habían dejado plantada y ella aún de tonta queriendo esperar.

—Puede esperar en mi casa, no está lejos, y hace frío como para quedarse fuera.

Ese era mi último ofrecimiento, si no aceptaba allá ella.

—No siento frío —dijo con voz soñadora, y luego pareció acordarse de algo, agrego —hace mucho que ya no siento nada.

Me pareció un poco triste, en mi embriaguez pensé que tal vez hablaba del sujeto que la tenía esperando, entonces note algo que me hizo salir corriendo de ahí.

Mi vista no era la mejor, casi veía doble, pero podría jurar que veía a través de ella, como si estuviera formada de vidrio. No me detuve a pensar en si era o no producto de una alucinación inducida por el alcohol, yo solo corrí sin detenerme o voltear hasta que estuve en la puerta de mi casa. Un vez dentro me tumbe en el sofá y me dormí.

Cuando desperté por un momento olvide que había pasado la noche anterior, me puse a recordar los buenos momentos en el bar y entonces me cayó la verdad como un enorme balde de agua helada. La chica.

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