Salió a pasear aquella mañana, todo estaba igual que siempre, la negrura infinita se extendía a su alrededor, se sentía la presión cargada en el aire, ¿Se le podría decir así? ¿Aire? Él respiraba eso, se había acostumbrado, había vivido desde siempre en aquel lugar, pero ese no era un lugar común donde vivir, algo dentro de su ser se lo decía, algo de él sabía que había mucho más que esa obscuridad eterna en algún sitio, pero no le decía dónde. Tal vez sus ojos azules o sus escamas verdes le recordaban algo, sí así era no lo entendía.
Camino por la inmensidad de aquel valle solitario tratando de no pensar en lo tedioso de la rutina, a veces ansiaba algo más que solo vacío. Miró hacia arriba tratando de calcular cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se había abierto la bóveda obscura, era difícil calcular el tiempo sin luz, ¿Qué era la luz? Lo había olvidado. Pensó en lo que entraría cuando se abriera el techo, ¿Sería un planeta o una estrella? Tal vez un satélite. En ese momento la bóveda se abrió, entró por ella un basto planeta lleno del color de sus ojos y sus escamas, era intrigante, casi pudo observar los animales que ahí había, casi pudo ver qué había más como él, casi... pero el planeta siguió adelante, él sabía que el camino seguía, atravesando la obscuridad hasta salir, el viaje duraba un instante, las criaturas que habitaban los planetas ni siquiera notaban el cambio, pero él si lo había notado y se había qnsiuedado a echar un vistazo hasta que olvido el lugar del que venía.
Sabía que había una salida, pero no sabía dónde, era fácil perderse cuando todo era igual de negro y eso le aterraba, sabía que podía salir pero no sabía a dónde encontrar la salida ni a dónde llegaría después, prefería quedarse en la sobrecogedora obscuridad del agujero negro en que vivía. Imagínate, un caimán encerrado en un agujero negro.