Había algo sobre ella durmiendo que me trastornaba, me volvía loco.
Solía observarla mientras dormía, tan llena de paz que parecía más muerta que viva; la paz que su rostro reflejaba me parecía tan ajena a este mundo despreciable, se vía como una niña, sin preocupación alguna.
Una sonrisa jugaba en su rostro algunas noches, una sonrisa que no hacía más que engrandecer su belleza y volverme más loco; a veces su expresión se contraía, como si pensará en sueños, como si supiera que la observaba, sentía entonces el impulso de despertarla y pedirle que regresará la sonrisa a su rostro, sin embargo, eso no la hacía menos perfecta, aún sufriendo la peor de las pesadillas, cuando su rostros se ensombrecía y se agitaba, cuando entreabría los ojos aún presa del sueño y vislumbraba la silueta de un extraño parado delante de ella, cuando eso se confundía con sus sueños y su frente se perlaba de sudor y por sus mejillas corrían lagrimas, aún así lucía hermosa, aún con la expresión del más puro terror en el rostro dormido ella lucía perfecta.
Y algo en esa belleza me trastornaba, verla dormir era un placer del que me privaba la luz del día, cuando ella abría los lentamente comenzando a despertar y yo debía correr a esconderme, intenté quedarme, seguir observándola, pero algo en su rostro despierto y en sus ojos abiertos obligaba a la belleza a huir de ella. Cuando la belleza se esfumaba también se esfumaba mi paz, y no regresaba hasta que la obscuridad de la noche me llevaba de vuelta a su dormitorio, la perfección regresaba en cuanto conciliaba el sueño.
Pero yo necesitaba el placer de verla dormir, dormir para siempre.
Parecía más muerta que viva esa noche, incluso antes de que yo lo provocará, antes de que la inyectará en el cuello, parecía más tranquila, su rostro reflejaba más calma que nunca, como si supiera que yo estaba ahí y ella quisiera quedarse conmigo. Cuando el movimiento en su pecho se detuvo, ella se quedó dormida para siempre, para que no tuviera que privarme de nuevo del placer de verla dormir.