Le odiaba. Le odiaba con cada átomo de mi ser, me había arruinado la vida desde el momento en que me cruce con él. Me destruyó, dedicó toda su vida y su empeño a arruinar mi existencia, decidió desde el primer momento que me vio que su propósito era hacerme infeliz, cuando nuestras miradas se cruzaron lo supe, no iba a descansar hasta verme completamente arruinado.
Pero yo jamás hice nada para evitarlo, yo no le odiaba, aún después de que empezará a destruirme no pude más que compadecerle, que su vida girara entorno a mí, aquello debía ser horrible. Resistí como pude, creyendo firmemente que algún día se daría por vencido, creyendo que no podría haber demasiada maldad en su ser, ningún ser humano debía ser capaz de odiar a otro de tal forma, debía haber un limite.
Empecé a cansarme de esperar y él no se rendía, me di por vencido y él seguía, entonces no pude más que odiarlo, había arruinado mi vida, me había quitado todo lo que tenía y aún así no paraba de sabotear cada paso que daba, se me adelantaba, no tenía forma de burlarlo, nada me salía bien, creí haber tocado fondo tantas veces, creí que ya no podía arruinar algo más, pero me equivocaba, él siempre encontraba la forma de hacerme sentir más miserable, estaba tan hundido que no entendía cómo él conseguía hundirme más, pero lo hacía y dolía.
Me cansé, el odio se apodero de mí, ya no podía ni respirar tranquilo porque sabía que él estaba ahí, debía hacer algo, debía detenerlo, sabía qué era lo que tenía que hacer, lo había sabido desde hace mucho, pero no me atrevía yo no era tan malo, pero quería descansar por fin, tenía que frenarlo.
Lo cité ese día, frente a frente, le imploré una vez más que se detuviera, que frenará la guerra que había iniciado conmigo, pero solo se rio en mi cara, la furia creció en mi interior, le amenacé, le dije que si no se detenía yo le detendría, la sonrisa creció en su cara, me perdí.
Saqué un puñal que traía escondido en la manga, rio con más ganas, creyó que le atacaría de frente y su escudo de cristal le protegería, me había topado contra eso tantas veces, me había cortado los puños tratando de herirle la cara, pero ya no más. Levanté el arma pero enseguida la volví a bajar, creyó que me había arrepentido, que había ganado, pero no era así, baje hacía mi brazo izquierdo y clave el puñal con fuerza, sentí el dolor, pero también vi el suyo y eso me dio fuerzas para seguir, avancé de la muñeca hacia el codo y luego saqué el puñal y lo volví a clavar junto a la primer herida e hice nuevamente el recorrido, la sangre salía por montones y me manchaba la ropa, pero no importaba.
Levanté la vista, hacía mi reflejo, mi rosto se contorsionaba de dolor, el sudor perlaba mi frente, la sonrisa había desaparecido, ya no sería más un obstáculo, ya no habría más miseria.