De tretas sobrenaturales

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Había salido tarde aquella noche, el trabajo se acumuló y tuve que quedarme más de lo debido. No acostumbraba pasar por aquel callejón, era demasiado tenebroso incluso a la luz del día, pero llevaba prisa y aquel era el camino más rápido para llegar a casa.

Caminaba a paso apresurado, ansioso por salir de ahí cuanto antes, entonces tuve la sensación de que algo me seguía, me sentía observado, como un pez en una pecera, apuré el paso, ya veía la salida cerca, empecé a correr, el temor me recorría el cuerpo por completo, no sabía a qué le temía, pero sabía que debía salir de ese callejón, estaba desesperado por llegar al final. Cuando salí las personas que pasaban me veían raro, estaba sudado y agitado, algunos incluso atinaron a mirar detrás de mí buscando la razón de mi agitación, al parecer no encontraron nada, a pesar de ello no me atreví a mirar atrás. Seguí mi camino a casa más tranquilo, de pronto me asaltaba de nuevo la misma sensación de terror que antes había experimentado, pero yo lo atribuía al horrible evento que había sucedido, me consolaba decir que solo era un horrible juego de mi mente aún alterada.

Cuando divisé mi casa en la distancia sentía una sensación de alibio que me tranquilizó por completo, caminé hacia la entrada con más calma, las farolas de la calle alargaban mi sombre en la obscuridad y le daban formas extrañas, pero no les presté atención, la calma después de la tormenta. Abrí la puerta y entré, respirando la tranquilidad de estar en un lugar seguro, cerré la puerta o por lo menos lo intenté, había algo obstruyendo,  la abrí de nuevo para ver qué era, no sentí miedo, por lo menos no hasta que sentí el dolor en el abdomen, llevé mi mano al sitio y sentí la sangre manchar mis dedos, no vi a nadie, era como si la herida se hubiera producido sola, entonces perdí el conocimiento. 

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A la mañana siguiente los noticieros anunciaban un nuevo cadáver encontrado en el viejo callejón, con este ya sumaban trece, las heridas en el vientre no tenían explicación, parecían garras, tal vez pinzas, los médicos no estaba de acuerdo. Los forenses ponían la hora de la muerte, otra vez, a las diez en punto de la noche y, una vez más, los testigos aseguraban haber visto a la víctima muy lejos del sitio del homicidio, mucho más tarde de la hora en que había muerto.

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