¿Qué si la ame? La ame con cada latido de mi corazón, con cada respiro que mis pulmones dieron en ese momento, la ame con mi ser, con mi alma y con el cuerpo entero. La ame, ¡mierda!, la ame como nunca nadie a amado a nadie, y puedo decirlo en serio porque sé que la forma en que me perdí por ella no ha sido alcanzada por nadie, la locura que me embriago aquella vez no la ha sentido nadie.
Pero por sobre todas las cosas, lo que más me ha dolido y me seguirá doliendo todos los días que la vida me permita recordar la tragedia, lo que más me duele es saber que la perdí y que no podré tenerla nunca más.
Si lo preguntas, la historia comenzó como cualquiera, conocidos que se hicieron amigos, amigos que se hicieron novios... Y novios que se hicieron extraños.
Todo iba tan bien, yo en verdad creí que todo era perfecto, y es que para mí lo era, mi ceguera completa hacia ella, y todo lo que a ella se refiriera, me impedía ver que lo nuestro se estaba cayendo en el olvido por su parte, la veía a los ojos y mi cerebro ponía en sus pupilas una mirada de amor que realmente no existía, solo mis ojos reflejaban amor, amor y locura, porque por su parte solo era rechazo e indiferencia, mismas que camuflaba en la rutina y la monotonía que envolvía a nuestra relación. Pero yo era ciego, ciego completo.
Ni siquiera me dijo adiós, no fue para decirme que ya no me quería, no fue para terminar la relación de frente, si por ella fuera la relación aún seguiría, sumida en el engaño y aparentando algo que completamente no existía.
La encontré con alguien más y aún me engañe creyendo que veía mal, que ella no había tenido la culpa, que la habían engañado u obligado contra lo que ella deseaba. Y entonces vi sus ojos, sus ojos me miraban como se ve a una basura tirada en la acera de tu casa y perturba completamente con lo perfecto de tu fachada, me miro con algo más que la suma de odio y desprecio, y para mí fue horrible. Ella solo se giro, sin explicaciones, sin decir que había acabado lo que había entre nosotros, se giro y camino lejos de mí, y con cada paso que daba ponía sentir que una grieta se abría en mi corazón y que entre nosotros se abría un abismo cuya profundidad llegaba al centro de la tierra misma, y de ahí, el calor enigmático de los metales fundidos me derretía, me fusionaba con ellos y me tragaba, hundiéndome en las profundidades de las tierra, enterrándome en vida y sumiéndome en capas de desechos geológicos. Se escucha dramático, poético, pero en el momento no fue nada así, solo me sentí morir. Siendo honestos, creo que aún estoy muerto. Porque aún no estoy completo del todo, le di todo a ella y se lo llevo, se fue con alguien más y aún tuvo el descaro de llevarse lo que le había dado, se llevó mi vida para compartirla con otro y a mí me dejo solo, sin la vida que tuve antes de ella, porque con ella la perdí, perdí por completo mi esencia, me dejo sin la vida que tuvimos juntos, estaba tan acostumbrado a ella que ya no sé cómo conducirme sin ella junto, me dejo sin futuro, porque lo había construido con ella, y soñaba con no soltarla nunca. Me dejo sin nada, sin vida. Me sentía perdido en un mundo que había quedado sin nada que a mí pudiera ayudarme, todo el mundo había perdido ya su color, y ella se lo había llevado. Envolvió entre sus cosas el color del rededor, los sonidos alegres y las risas sinceras, se llevo los latidos de mi corazón y los suspiros llenos de pasión que tanto había derramado a su lado. Se llevo mi corazón colgado en cadena junto al suyo, y ahí late aún, siguiendo el ritmo del único ser al que alguna vez amo.