CAPÍTULO 15. Golfito

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Dormí solo por cansancio, pero no porque mi mente me dejase tranquila. En algún momento de la noche él se giró y me abrazó. Ni ese gesto logró calmar mi paranoica mente.

Así que cuando despertó las ganas por preguntarle eran más fuertes que cualquier otra cosa.

—¿Tienes mucho tiempo despierta?—murmuró acercándose hasta mí.

—Algo.

Mis músculos estaban tensos y tuvo que notarlo cuando intentó, como siempre, moverme a su antojo para abrazarme.

—¿Estás bien?.

No, no lo estoy, ¿Quién coño es Lisa?. Eso era lo que quería decirle, pero no podía ser tan hostil en mi pregunta.

—No descansé mucho—mentí y por primera vez, él no me descubrió en la mentira.

—¡Arriba todo el mundo! Hay que aprovechar el día—gritó Mike desde nuestra sala. ¿Cómo entraron? No lo sé.

Pero lo agradecí, porque era la excusa perfecta para levantarme antes de explotar en la cara de Rámses con unas suposiciones que no tenían ningún basamento.

Tomé una ducha para despejar mi mente y funcionó, porque cuando salí del baño me sentí más tranquila, incluso un poco tonta por todo lo que mi mente maquinó tan solo por cuatro letras que podían significar cualquier cosa, podían incluso ni siquiera ser un nombre.

En la sala estaba mi familia sentada. Nadie preparaba el desayuno porque comeríamos en el camino para ahorrar tiempo. Como lo hicimos la semana pasada, dedicaríamos este tiempo a conocer y hacer turismo. Hoy iríamos a los pueblos cercanos a Boston.

Rámses entró a ducharse y era el último que faltaba por alistarse.

—Amelia, ¿te molesto mucho si te pido un poco de café?.

—Por supuesto que no Hayd. ¿Quién más quiere?.

Pero resultó ser que solo Hayden quería y por su insistencia a que probase mi café, Ulises también aceptó un poco y me acompañó en la cocina mientras lo preparaba.

—El café del hospital es bastante decente, pero Hayden siempre alaba el tuyo—me explicó.

—Sé que mi café no es el mejor, pero él de verdad se lo toma con mucho gusto.

—¿Qué le pones?—preguntó curioso mientras me veía sacar algunas cosas.

—Canela y nuez moscada—repetí con orgullo.

Cuando estuvo listo le serví la primera taza y titubeó un pequeño "uhmmm".

—No tienes que tomártelo si no te gustó—le recordé pero él negó.

No Juzgues La Portada 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora