Capítulo 29. Suegrito

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Enrique, como dijo que se llamaba, me abrazaba con fuerza y aunque yo también tenía mis brazos a su alrededor no puedo decir que se lo estaba correspondiendo. Era demasiado confuso para poder reaccionar.

—Enrique, por favor—dijo Ameth, saliendo de su estado de shock y mientras se acercaba con rapidez a nosotros.

Mi papá.

Qué raro se escuchaba incluso en mi cabeza.

Mi papá.

Nunca lo necesité, nunca lo eché de menos, ni siquiera en los días en que debían asistir los papás a alguna reunión o evento. El día del padre asistía mi mamá, así como muchas otras mamás que también eran mamá y papá al mismo tiempo. No necesité de su figura, pero cuando Stuart comenzó a ganarse ese puesto... No, no quiero asociar a Stuart a una figura de padre, no es justo que amolde esa casilla a Ameth cuando no sabía quién era la persona que ahora tenía delante de mí.

—Vamos, hijo. Dale un respiro. Lo lamento Mia... Enrique por favor—insistió ahora con la mano sobre el hombro de mi hermano.

Mi hermano.

También suena raro.

La cabeza me iba a explotar.

Hasta hace unos minutos yo no tenía padre, mucho menos hermano; y ahora tenía a mi papá enfrente de mí y a un hermano abrazándome con fuerza.

—Amelia. ¿Estás bien?—Rámses apareció a mi lado y lo miré con cara de pánico, no sabía qué hacer ni mucho menos cómo reaccionar.

—Vamos, suéltala—le dijo el francés  a Enrique en cuanto entendió mi suplica silenciosa.

—Ameth, leyó tu nombre en la lista de testigos—Mike hablaba con mi papá con una confianza que me hizo preguntarme desde cuando se conocían.

Enrique me soltó, pero manteniéndome tomada por los brazos.

—Está bien, no te preocupes. Enrique, vamos, dale espacio. La estás asfixiando, olvida eso, la estás asustando.

—Lo lamento, yo...—murmuró avergonzado y por fin me soltó.

—Papá no quería traerme, pero quería conocerte—se explicó con rapidez.

Mi papá pasó el brazo por encima de sus hombros, en un gesto que me resultó tierno y a la vez doloroso. ¿Se había ido para formar otra familia? ¿Se había ido porque yo no era la hija que quería? ¿Prefería un hijo?. Las preguntas volvieron a saltar a mi mente y por instinto retrocedí un paso y me topé con los brazos de Rámses.

—Mia, ¿te encuentras bien?. No tenemos que hacer esto ahora si no deseas. Puede que sea mucho.

—Es cierto, yo no quiero presionarte hija, Mia, Amelia—Ameth, estaba nervioso, ni siquiera sabía cómo llamarme—, lo podemos dejar para otro día ehm... Tú.

¿Tú?. Hasta eso se escucha raro.

—¡No!—se quejó Enrique—. Escucha, Amelia, ven con nosotros, conmigo, vamos por un helado. Te tiene que gustar el helado, o quizás un café, ¿quieres un dulce?, no soy muy amante del café, pero te acompaño con un té, pero igual si quieres me tomo un café contigo.

—Yo...—me sentía abrumada, miré a Rámses, a Gabriel, a Fernando... miré a mi familia y luego miré a Ameth y a Enrique, unos desconocidos para mí, pero con quién compartía sangre.

—No tiene que ser  hoy, bombón. Tú solo dilo y te saco de aquí.

Ni siquiera pude responder porque mi papá, Ameth, se adelantó.

No Juzgues La Portada 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora