Capítulo 22. Ya no eres un niño

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Rámses O'Pherer.


—¡Maldición, maldición, maldición.

—Ya cálmate, ¿quieres?

—¡Que me calme una mierda!. Perdí el puto vuelo.

—Habrán otros...

—No, no los hay. No hay más cupos por la fecha. Puto San Valentín. ¡Maldición!.

—Escucha, Rámses, lo mejor que te pudo haber ocurrido es no haberte subido en ese avión. ¿Crees que Amelia no te notaría distinto?¿Que Fernando o Gabriel no te descubrirían?. Mírate en el estado en que te encuentras, has perdido mucho peso, las ojeras, los ojos.

Me giré en mis talones y le di la espalda. Sé que tenía razón pero mi reflejo en el vidrio de la ventana, le dio la razón a Susana. Había perdido muchos kilos, el ritmo de estudio y trabajo era realmente agotador, no comía a las horas y a veces simplemente no lo hacía. Y las ojeras y la cara demacrada... eso era culpa de las putas pastillas. Las pupilas... no tenía ni siquiera como explicarlas.

Quería dejarlas, de verdad que sí, pero no veía la forma de poder estudiar y aprobar los exámenes, sin ellas. Era imposible.

Yo no podía.

Sé que los demás tampoco, salvo algunas excepciones como Ulises.

Comencé con las pastillas con esa razón, no era una excusa, tenía y tengo un motivo valedero; pero las horas noctámbulo me empezaron a pasar factura en el trabajo, allí fue cuando comencé con la marihuana, me mentía a mí mismo diciendo que era con fines medicinales, pero sé muy bien que no es así. Sin ella no logro dormir, es lo que calma a mi cerebro acelerado por la pastilla. Y cuando las mezclo... ¡Merde!...

Esto se salió de mi control, pero solo debo terminar el curso, porque cuando esté en Boston, ya no tendré acceso a las pastillas, ya estaré muy cerca de Gabriel y de Amelia como para que no noten mi adicción.

Pasé mi mano por el rostro varias veces y solo dejé de hacerlo cuando escuché los pasos de Susana regresando a la sala.

—Ya perdiste el avión, ahora no pierdas el examen del lunes. Comienzan los finales y debemos aprobar. Una mala nota de alguno y te hará disminuir el promedio.

Susana colocó todos los libros sobre la mesa con gran estrépito. Vi todos los libros que debíamos leer y analizar para el examen del lunes, las guías, las anotaciones. Era demasiado material y de solo pensarlo la cabeza comenzó a dolerme.

—¿Estás bien? — preguntó Susana en cuánto me vio.

—Sí, solo... iré a lavarme la cara.

Entré a mi habitación y me senté en la cama, sujetándome la cabeza. agobiado y deprimido.

Quería ver a Amelia, darle una excelente cita del 14 de febrero, verla sonreír con el regalo que tenía para ella, cambiar ese recuerdo de nuestro primer San Valentín juntos, cuando la saqué de aquel parque y terminamos en la fiesta de playa de Kariannis. Pero ahora no podría hacerlo, porque fui lo suficientemente estúpido para redoblar la dosis de pastillas y quedarme putamente dormido con toda la yerba que tuve que fumarme para calmarme.

No Juzgues La Portada 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora