CAPÍTULO 26. Mi hijo

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Cuando abrí los ojos estaba sentada en el piso del baño, mi cabeza descansaba sobre mis brazos cruzados encima de la taza del baño.

Me dolía el cuello una barbaridad, pero no tanto como el cuerpo y el orgullo propio.

Comencé a recordar que después de vomitar encima de Gabriel, y reírme muchísimo, corrí al baño para una nueva tanda de vómitos, y pocos segundos después sentí las manos de mi cuñado sujetándome el cabello y elevándome la cabeza para que no me saliera el vómito por la nariz.

Si eso no es amor, no sé qué lo será.

Por esa razón Gabriel estaba dormido al otro extremo del baño, recostado de la pared, usando únicamente un bóxer.

Comencé a moverme y no pude evitar que se me salieran unos quejidos de dolor que lo despertaron.

—¿Beleza, estás bien?

—Adolorida y con mucha resaca.

Él se levantó del piso sin ningún tipo de dolor en su cuerpo, lucía incluso fresco, descansado y atractivo a pesar de no estar peinado y tener restos de vómitos en su cuerpo.

Lo odiaba tanto.

—En ese caso, lo mejor será bañarnos y ponernos a limpiar la casa. Y luego, tú y yo hablaremos.

Ni siquiera espero a que le respondiese, salió del baño y me dejó sola.

Después de una buena ducha y vestirme con ropa limpia salí a la sala. Arrugué la nariz con el olor de vomitó con el que perfumé toda la casa. Gabriel hizo el mismo gesto cuando salió segundos después de su habitación.

En perfecto silencio limpiamos la casa, yo obviamente me encargué del vomitó y él del desastre que hice cuando entré a la casa.

Abrimos las ventanas para que el olor se fuese más rápido y mientras yo seguía tallando el piso para eliminar el rastro del vómito, Gabriel ordenó comida.

Almorzamos en silencio y solo cuando terminamos de comer, él se atrevió a romper el hielo.

—No eres mi mamá, pero eres mi familia, eres mi mejor amiga, mi cuñada, mi hermana. Eres todo para mí, perdóname por haberte lastimado. Debes saber que no fue cierto lo que te dije, fue producto de la rabia y la vergüenza que me consumía y que me arrepentí en ese mismo momento de lo que dije, pero estaba tan furioso que no sabía ni siquiera como comenzar a retractarme.

Medité sus palabras, quería medir su sinceridad.

—Está bien. No lo vuelvas a decir, realmente me hirió.

Me apretó la mano por encima de la mesa y se levantó a recoger los platos vacíos y desecharlos. Me alcanzó una pastilla para el dolor de cabeza y terminamos tumbados sobre el sofá de la casa para ver una película; iba por la mitad de la persecución inicial cuando la puerta se abrió con estrépito y Mike entró con inmensas zancadas en el departamento.

No Juzgues La Portada 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora