Capítulo 20: Amor de verdad

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La vida nos ofrece momentos, en su mayoría, rutinarios; después de unos años todo se vuelve de esa forma, incluso si se trata de la vida de un aventurero, pues hasta las aventuras llegan a ser normales alguna vez. Sin embargo, hay días en los que la vida nos sonríe y conocemos a alguien, alguien que tal vez podría ser un amigo, alguien en quien confiar, alguien con quien hablar, con quien compartir y con quien vivir.

Las oportunidades aparecen cada tanto y muchas veces están disfrazadas de cosas que esperas, cosas que están bajo tu control, situaciones en las que necesitas ser políticamente correcto, como si alguien fuera a señalarte, como si tomar lo que quieres fuera ilegal solo porque, tal vez, pueda ser de alguien más.

Claro, esto es un hecho en la mayoría, ¿y la minoría? ¿Ellos qué? ¿Gozan de tantas oportunidades como todos los demás? La realidad es que todos somos un mundo que hay que descubrir y por ende, una caja de sorpresas.

Y así, él y ella parecían estar en otro espacio, diferente de la mayoría.

Un chico confundido por las acciones de una amiga, impresionado por el cambio; una situación ordinaria, pero especial. Una chica presa de sus sentimientos con la necesidad de ser querida, como el perro callejero que quiere irse con la primera persona que le ha mostrado la bondad que hay en una buena acción.

Dos personas que se habían conocido por casualidades del destino, porque lamentablemente, eran piezas en un plan mucho más grande de lo que ellos podían pensar, tanto así que ni siquiera lo podían decir a nadie; hay secretos que deben ser enterrados por mero sentido común, y este era uno de ellos.

Dos personas que tenían alguien que querían y algo que los retenía de cumplir con sus deseos, de tomar lo que querían, de hacer caso a sus impulsos y no a la razón, de probar suerte con el costo de la oportunidad.

Más no este día. Esta vez fue imposible para ella, porque cuando eres de la minoría, sabes cuando las oportunidades no se repiten, salvo en contadas ocasiones en las que parece un milagro, pero cuando eres de la minoría, el tiempo es muy importante. Y escaso.

Mukuro no sentía el tiempo pasar mientras estaba besando a Shidou; él la tenía en sus brazos, tomándola de la cintura, como si fuera una bailarina y sus labios demostrando su amor, el compromiso que tenía con los labios de ella por no querer separarse.

El tiempo no existía, su cuerpo parecía estar en modo automático al rodearlo del cuello con sus brazos para evitar que él se fuera, no lo quería soltar, y por cómo estaba actuando, tal vez no lo haría. Sus labios suaves casi estaban pegados a los de Shidou, con cada movimiento rápido, porque era un vaivén lento y rápido en ocasiones, podían oír el ruido de sus respiraciones, el ruido de sus bocas al moverse con sincronización, como si ambas estuvieran danzando.

Las mejillas de la joven educada y callada, encendidas levemente, como si tuviera fiebre, sus ojos estaban cerrados, disfrutando del momento, como si estuviera dormida y teniendo un buen sueño. Este momento era un sueño para ella, y si en verdad lo era, y si su mente le había jugado una mala pasada, y si en verdad ni siquiera había despertado de la cama para vivir esta experiencia, entonces... No quería despertar aún, no quería oír su despertador, anunciando que esto no había pasado, que todo era una ilusión.

Tuvieron que separarse, solo para que la chica agachara la cabeza y tomara algo de aire, pero sin exageraciones. Tan solo lo hizo, su quijada fue tomada suavemente por la mano del chico, quien le alzó el rostro para besarla de nuevo, ella pudo ver que los ojos de Shidou no eran del todo normales, pero decidió hacer caso omiso, siguió compartiendo su amor con él, deseando cada vez, un poquito más, así, lento... Cada vez un poco más.

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