Capítulo 4: El hogar del fuego.

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Aparto mi cabeza rápidamente hacia un lado antes de que pueda hacer algo, él sonríe y suelta mi cintura de golpe, haciendo que me lleve el tortazo de mi vida.

—¡Pero, qué te pasa, idiota! —digo muy cabreada y furiosa, comienzo a mirarme las manos y las piernas por si me he hecho algún corte o por si tengo alguna herida.

—Así es como se aprende a montar en ave, a base de caídas, verás cómo le pierdes el miedo a este precioso animal —dice sonriendo tocándole la cabeza al ave.

Le fulmino con la mirada.

—¡Yo creo que es justo lo contrario, así solo vas a conseguir que no me quiera subir en él nunca más! —Me levanto del suelo, pero me duele el tobillo—. ¡Ah! ¡Me has torcido el tobillo, estúpido!

—¿Yo? No querida, has sido tú sola. Haber mantenido el equilibrio al montarte.

Se acerca hacia nosotros la profesora corriendo.

—¿Qué está pasando aquí, jovencitos? Valentina, ¿se encuentra bien?

—No profesora, este idiota me ha soltado adrede para que me caiga y ahora me duele el tobillo derecho al apoyarlo.

—¿Es eso cierto, señor Blake? —dice sorprendida, yo no me sorprendería viniendo de él.

—No, por supuesto que no profesora. —Lo miro de inmediato—. Es verdad que la señorita Evans, se ha caído del ave, pero, porque no ha mantenido el equilibrio, cuando he ido a sujetarla para que no se cayera ya era demasiado tarde, pero no ha pasado nada grave, ya que está a muy poca altura del suelo.

—¡Que no ha pasado nada grave, ¿te parece poco que me haya torcido el tobillo, imbécil?! —digo llena de rabia.

—Señorita Evans, por favor, no le hable así al señor Blake, no es tan grave como usted piensa, seguro que no le ha pasado nada a su tobillo. Señor Blake, voy a acompañar a Valentina a la enfermería, por favor, únase a sus compañeros.

—No profesora, me siento culpable por no haber podido cogerla a tiempo antes de que se cayera al suelo, me sentiría mejor si le acompañara yo —sonríe de oreja a oreja, yo solo abro la boca sorprendida sin creer lo que estoy oyendo.

—Eres muy considerado Tom, bien, como quieras, acompañe a Valentina a la enfermería, nos vemos en la siguiente clase. Espero que no sea nada grave, señorita Evans.

Dicho esto, se marcha, yo solo le miro con preocupación, no quiero que este energúmeno me acompañe a la enfermería.

—Vamos a la enfermería a que te vean ese tobillo —me informa.

Aprieto los puños.

—¡Eres un mentiroso, embustero, tú me has dejado de sujetar adrede para que yo cayera y me pasara esto!

Me pongo delante de él, señalándole con el dedo mi tobillo.

—Simplemente he dejado de sujetarte la cintura, para que tú sola aprendieras a mantenerte en equilibrio, sino no aprenderás nunca.

Sigue caminando, dejándome con la palabra en la boca.

—¡Espera aquí!

Intento andar lo más de prisa que puedo para alcanzarlo, pero es en vano, me duele mucho el tobillo y él tiene un andar muy acelerado, si ya de por sí me cuesta ir a su mismo ritmo, ahora con el tobillo así lo pierdo de vista en pocos segundos.

—¡Mira, mejor, así voy sola! —digo para mí misma, ya que lo he perdido de vista—. Me duele... como me duele, el muy hijo de... —comienzo a maldecirlo.

Oscuridad, peligro y... ¿amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora