CAPITULO 22

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Camina lento, no te apresures, a donde tienes que llegar es a ti mismo.

―J. Ortega y Gasset.

Natalia había llorado tanto que sus azules ojos, se habían tornado rojizos.

Mis labios parecían pegados, por alguna clase de pegamento, que les impedía abrirse, para gestionar alguna palabra.

Tenía tantas dudas, tantas peguntas y ganas de llorar...

Solo me dedicaba a abrazarla, a brindarle un poco de mi calor, hacerle saber que no estaba sola.

―Sentís pena por mí, ¿no es así?

―Por supuesto que no. Natalia, no sé qué decirte, porque sin importar cualquier palabra de aliento que os brinde, no cambiará vuestro pasado ―hago una pequeña pausa, intentando guardar la calma―. Entiendo que queráis regresar a la mansión Bennet, no os lo impediré.

―Cundo vos apareció en mi vida, supuse que quizás, podría regresar a la persona que solía ser. Pero me equivoqué, de verdad que quisiera acompañaros, sin embargo estar rodeada de tantos hombres me es tan abrumador... Especialmente el rostro de Constantin, que es tan similar al de Bastien, su estructura ósea, el verde prado de sus ojos es tan familiar, incluso con aquella cicatriz ―Natalia había vuelto a llorar, su tristeza era tanta que mis ojos empezaban acumular agua salada en ellos.

―Regresa a casa Natalia, protégete y cuando vos esté lista para salir de vuestra coraza, te estaré esperando con los brazos abiertos y si no lo hacéis, os deseare lo mejor ―la tomo de la mano―. Me enteré de que algunos de los soldados regresarán a la cuidad por nuevas instrucciones y provisiones, si les pedimos que os lleven, seguro que no se negarán.

Me dolía dejarla ir, pero sabía que si permanecía más a mi lado, su vida se complicaría, y Natalia había pasado ya por mucho.

Sus ojos estaban tan inundados de dolor, que apenas podía pronunciar algunas palabras.

―La verdadera Jeannine, me brindó un techo cuando más lo necesitábamos mi hijo y yo. Y como pago me prometí siempre ayudarle. Y si me marcho, sé que estaré faltando a mi palabra.

La "verdadera Jeannine" ¡eh! Tenía razón. No, yo no era la persona a la que ella le debía tanto, solo era una extraña, con su misma apariencia de su salvadora.

Quería a la mujer de apariencia de ángel, me había brindado una brillante sonrisa y un cálido ambiente. Por primera vez, no pensaría en mí, le dejaría ser feliz.

―Estoy segura que estaría agradecida por lo que has hecho y sobre todo estaría de acuerdo en que buscarás vuestra propia felicidad.

Aquellas palabras eran las más sinceras que jamás había pronunciado, a lo largo de mi vida.

ESTO NO ES UN SUEÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora