Capítulo 15

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Deidara se abrigó con la pesada manta y caminó entre la nieve hasta la cabaña de Sarada.

El sol de la tarde iluminaba el cielo y se reflejaba sobre el paisaje nevado de tal manera que hacía daño en los ojos.

Lord Madara le había ordenado a Minato que se quedase en la fortaleza, algo que al doncel no le había hecho ninguna gracia.

Deidara se sentía desleal con su amigo, pero en esta ocasión tuvo que darle la razón a él.

Madara tenía miedo de que su esposo resbalase en el hielo y se hiciese daño.

El embarazo de Minato estaba ya muy avanzado y el doncel muy pesado. Había estado a punto de caerse por la escalera dos veces, lo que a punto estuvo de causarle a Shisui, que le estaba cuidando, dos ataques al corazón.

Por culpa de eso, ahora Minato tenía prohibido subir y bajar la escalera sin que alguien le sujetase del brazo.

Y dado que estaba confinado en el salón y a punto de volverse loco de aburrimiento, Deidara había decidido desafiar a los elementos e ir a buscar a Sarada y a Rin para que le hiciesen compañía a su amigo.

Sonrió.

Ir a buscar a esas dos mujeres no era ningún castigo.

Disfrutaba tanto de su compañía como Minato.

Los cuatro habían pasado muchas noches frente al fuego, cotilleando y tomándole el pelo a Rin por lo enamorada que estaba de Obito.

Por suerte, ninguno se había percatado de lo que Deidara sentía por Itachi, ni de lo que el guerrero sentía por él. O, si lo habían hecho, habían tenido la delicadeza de no decir nada y Deidara se sentía muy agradecido por ello.

Últimamente, Obito no dejaba de inventarse excusas para quedarse en el salón.

Casi siempre era para beber un poco de sake con los otros hombres, o para hablar del entrenamiento del día, pero su atención siempre estaba fija en Rin.

Los dos jugaban al gato y al ratón y a Deidara le hacía mucha gracia.

No eran tan directos como Itachi y él, claro que a Deidara reconocer lo que sentía por él sólo le había servido para que se le rompiera el corazón y para tener infinitos remordimientos.

Llamó a la puerta de la cabaña de Sarada y se echó el aliento en los dedos para ver si así se recuperaban del frío.

La puerta se abrió y Sarada exclamó al instante:

—¡Deidara! No te quedes ahí parado, entra y acércate al fuego.

—Gracias —dijo el doncel, dirigiéndose a la chimenea.

—¿Qué te trae por aquí en un día tan frío como hoy?

—Minato que se sube por las paredes —le explicó con una sonrisa—. Quiere que Rin y tú vayáis a hacerle compañía. Lord Madara le ha prohibido salir de la fortaleza.

—Ha hecho bien —aprobó Sarada—. La nieve no es aconsejable para un doncel embarazado. Podría caerse y hacerle daño al bebé.

—Minato no lo discute, pero tampoco podría decirse que esté contento. Me ha pedido que os pregunte si podéis ir a verle, si no estáis ocupadas con vuestras tareas, por supuesto.

—Pues claro que podemos ir a verle. Deja que coja el chal y me ponga las botas. Recogeremos a Rin de camino.

En cuestión de minutos, los dos, bien abrigados, se dispusieron a enfrentarse al frío viento.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora