Capítulo 30

5.3K 614 178
                                    

Deidara salió de la cama al amanecer y se quedó mirando el paisaje apesadumbrado.

La nieve casi se había derretido del todo durante aquella inesperada época templada, tan impropia del mes de enero.

No había dormido en toda la noche y le escocían los ojos.

Sarada le había dado unos consejos de un valor incalculable. Le había ayudado mucho escuchar sus sabias palabras.

No serviría de nada que se quedase llorando en su dormitorio. Ya no era el niño asustado al que le daba pavor tener que sobrevivir sin el apoyo de su clan.

Ahora tenía a los Uchiha a su lado. Tenía una familia. Y amigos. Buenos y leales amigos.

Naruto y su padre no podían hacerle daño.

Aunque muriese en el intento, acudiría a la boda de Itachi y sonreiría durante la ceremonia.

Itachi se iría de allí con el recuerdo de su amor y no de sus lágrimas. Nada de dolor. Algunas cosas era mejor mantenerlas en privado. Y por mucho que le gustaría proclamar a los cuatro vientos el amor que sentía por Itachi, lo mejor sería guardarlo en su corazón para que nadie pudiese utilizarlo contra él.

Después de haberse pasado toda la noche llorando, ahora se sentía un poco mejor, así que se lavó la cara y se peinó.

Al terminar, cogió aire y salió decidido del dormitorio, en dirección al piso de abajo.

A decir verdad, no tenía ni idea de qué le depararía ese día.

A lo largo de las últimas semanas, tanto él como el resto de los donceles y las mujeres del clan se habían turnado para hacerle compañía a Minato en el salón, pero con la llegada de los Uzumaki seguro que sus amigos habían decidido reunirse en un lugar más tranquilo.

Deidara no tardó en darse cuenta de que la mayoría del clan seguía en la cama, después de los festejos de la noche anterior para dar la bienvenida a los Uzumaki.

El clan estaba sumido en el silencio.

Era el momento perfecto para pasear por el patio de armas.

Lord Madara les había prohibido ir más lejos.

Se detuvo en la cocina para saludar a Uruchi y para preguntarle si necesitaba alguna hierba para la comida.

La mujer le miró y le echó de la cocina farfullando algo acerca de que le había interrumpido mientras pensaba.

Deidara sonrió y salió al patio.

Una fresca brisa le dio la bienvenida en cuanto puso un pie fuera de la fortaleza, pero le gustó notar el viento sobre la piel.

Respiró hondo y cerró los ojos.

El aire olía más limpio y más fresco en invierno. El olor a hielo le llenó los pulmones y, cuando exhaló el aliento, éste salió en forma de humo.

Riéndose como un niño, rodeó la muralla y se aventuró colina abajo.

El lago quedaba a su izquierda y estaba tan quieto que parecía un espejo. El sol se reflejaba en la superficie y al doncel le recordó un escudo listo para la batalla.

Estaba tan absorto mirando el agua que no se dio cuenta de que alguien se estaba acercando, hasta que oyó su nombre.

—¿Deidara? ¿Deidara, eres tú?

Deidara se dio media vuelta con el corazón en la garganta.

Naruto estaba a pocos pasos de distancia, mirándole completamente atónito.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora