Capítulo 36

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Cuando Itachi entró en la habitación de Deidara, llevándolo en brazos, la encontró repleta de gente.

Madara estaba junto a la cama, con expresión sombría. Minato, Teyaki y Sarada estaban a los pies del lecho, con los ojos rojos de tanto llorar. Obito consolaba a Rin y Shisui y Sasuke estaban vigilando la puerta con los ojos brillantes por la ira.

Tumbó a Deidara en la cama con cuidado y lo puso de lado para que la flecha no se hundiese más en su cuerpo.

Miró a su hermano con el pecho atenazado por la tristeza y el miedo.

—¿Puedes ayudarle? ¿Crees que puedes curarle, Madara?

Éste se arrodilló junto a la cama para mirar la flecha.

—Lo intentaré, Itachi, pero tienes que saber que no tiene buen aspecto. La flecha está clavada muy profundamente. Tal vez le haya atravesado algún órgano vital.

Itachi cerró los ojos e intentó contener la rabia que amenazaba con dominarlo.

Deidara lo necesitaba calmado, no loco, aunque en esos momentos, se moría de ganas de gritar a pleno pulmón y maldecir al destino.

—Tengo que arrancarle la punta de la flecha —dijo Madara apesadumbrado—. Es la única posibilidad.

Una conmoción procedente de la puerta llamó la atención de los presentes.

Naruto, sin el traje de boda, estaba siendo retenido por Sasuke, lo que no parecía hacerle ninguna gracia.

—Déjame pasar —le exigió—. Es mi amigo, mi hermano. Quiero ayudar.

—Déjale pasar —dijo Itachi con voz ronca, mirando al doncel, que, cuando quedó libre, corrió al lado de Deidara—. ¿Puedes ayudarle? ¿Conoces el arte de curar? —le preguntó.

—No demasiado, pero tengo el pulso firme y soy de constitución fuerte. No me desmayo al ver sangre y estoy decidido a que Deidara salga de ésta.

—Deja que se quede. Puede ayudarme —dijo Madara. Y entonces miró a Sasuke—. Llévatelo de aquí. Es mejor que no esté presente cuando lo haga.

Itachi tardó unos instantes en darse cuenta de que estaban hablando de él. Y hasta que Sasuke y Shisui lo cogieron por los brazos no comprendió que iban a sacarlo del dormitorio.

Se tambaleó hacia atrás y desenfundó la espada para amenazar a su hermano pequeño.

—Mataré a cualquiera que intente separarme de Deidara. No pienso dejarle.

—Itachi, sé razonable —le pidió Madara—. Sal de aquí, sólo eres un estorbo.

—No pienso irme —insistió.

—Itachi, por favor —le suplicó Minato, acercándose. Esquivó la espada y le colocó una mano en el torso—. Ven conmigo. Sé que amas a Deidara y él lo sabe. Deja que Madara intente salvarle. No le haces ningún bien comportándote como un salvaje. No será nada agradable ver cómo le arranca la flecha. No te tortures innecesariamente.

Itachi se quedó mirando a su cuñado y vio las lágrimas en sus ojos, su dolor.

—No puedo dejarle —susurró—. No quiero que muera solo.

—Maldita sea, Itachi. ¡Sal de aquí de una vez! —gritó Madara—. Si las cosas se ponen mal, mandaré a alguien a buscarte. Si quieres que le salve, tenemos que actuar con rapidez.

Minato le cogió la mano y se la apretó.

—Vamos, Itachi, deja que haga lo que tiene que hacer.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora