Capítulo 24

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Deidara se despertó con la sensación de estar atrapado debajo de un tronco. Le dolía respirar. La cabeza le pesaba tanto que ni siquiera podía levantarla y le retumbaban los oídos cada vez que intentaba tomar aire.

Abrió la boca, pero tenía los labios tan agrietados y la lengua tan seca que se sintió como si se hubiese tragado un montón de arena.

Y entonces cometió el error de intentar moverse.

Gimió de dolor y los ojos se le llenaron de lágrimas.

¿Por qué se encontraba tan mal? ¿Qué le había pasado? Él nunca se ponía enfermo. Solía presumir de que siempre estaba sano como un roble.

—Deidara, mi amor, no llores.

La voz normalmente serena de Itachi se quebró y al doncel le sonó como si unas espadas chocasen en el aire.

Las lágrimas le nublaron la vista y apenas fue capaz de discernir la silueta del rostro de Itachi.

—Me encuentro mal —susurró.

—Sí, mi amor, ya lo sé.

—Yo nunca estoy enfermo.

Itachi se inclinó sobre el doncel y le sonrió.

—Pues ahora lo estás.

—Dile a Sarada que te dé mi ungüento para el pecho. Me aliviará un poco la tos.

Itachi le pasó la mano por la mejilla y Deidara notó que la tenía muy fría comparada con lo caliente que estaba él, así que se frotó varias veces con su palma.

—No te preocupes. Sarada ya ha venido a verte tres veces esta mañana. Se está comportando como si fuese tu madre. A Minato le hemos prohibido entrar y se queja a cualquiera que esté dispuesto a escucharle.

Deidara intentó sonreír, pero le dolía demasiado.

—Tengo hambre —dijo.

—Uruchi te traerá ahora un poco de caldo.

Deidara parpadeó, para ver si así centraba la vista. Todavía veía el rostro de Itachi difuminado por los bordes. Lo que sí enfocaba bien eran sus ojos. Sus preciosos ojos negros.

—Adoro tus ojos —dijo suspirando.

Itachi sonrió y Deidara le miró sorprendido.

—¿Lo he dicho en voz alta?

—Sí, en voz alta —dijo Itachi, sin ocultar lo mucho que le había gustado el halago.

—¿Todavía tengo fiebre? Es lo único que explicaría que esté tan bocazas.

—Sí, todavía tienes fiebre.

—Pero si ya no tengo frío —señaló el doncel confuso—. La fiebre siempre causa temblores y yo no tengo. Al revés, ahora tengo mucho calor.

—Todavía estás caliente al tacto y tienes los ojos vidriosos. Me han dicho que es muy buena señal que ya no tiembles, pero que todavía estás enfermo.

—No me gusta estar enfermo.

Deidara era consciente de que sonaba como un niño malcriado, pero no pudo resistir la necesidad de quejarse. Él estaba acostumbrado a atender a la gente que se ponía enferma, no a convertirse en uno de ellos.

—¿Por qué me estás cuidando tú? —le preguntó entonces y el torso de Itachi amortiguó la pregunta—. No es apropiado.

—Tú y yo hace tiempo que estamos más allá de lo que es o no apropiado —murmuró Itachi.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora