Itachi miraba pensativo por la ventana.
En el cielo oscuro de la noche brillaba la luna y el astro se reflejaba en la nieve que cubría las montañas. El lago resplandecía en la distancia como una bandeja de plata, sin nada que alterase su impoluta superficie.
Eran unas vistas muy tranquilizadoras, pero él estaba librando una dura batalla en su interior.
Las palabras de su hermano seguían resonando en sus oídos, un pensamiento traicionero que había arraigado en su mente y que, para su vergüenza, se repetía a diario.
«Acuéstate con él. Utilízale. Libérate de este deseo que te está enloqueciendo.»
Pero Itachi no podía hacerlo, porque él sabía que lo que sentía por Deidara no era sólo lujuria.
Aunque no estaba seguro de lo que era. Se trataba de algo nuevo, algo que nunca antes había sentido. Era un sentimiento alarmantemente maravilloso y que al mismo tiempo le daba mucho miedo. Le hacía hervir la sangre como cuando se preparaba para librar una batalla.
Sí, le deseaba, de eso no tenía ninguna duda. Pero él jamás le arrebataría algo que Deidara no quisiera darle.
Lo último que quería Itachi en este mundo era hacerle daño a Deidara. Ver el tormento en sus ojos le había herido como nunca había creído que pudiese herirle nada.
El sonido de su puerta al abrirse le hizo volverse de golpe, listo para abalanzarse sobre el intruso que había osado entrar sin llamar.
Pero cuando vio a Deidara allí de pie, entre las sombras, con la incertidumbre reflejada en su bello rostro, Itachi se olvidó de respirar.
—Creía que estarías en la cama —dijo el doncel en un susurro—. Es tarde. Hace horas que nos hemos retirado a dormir.
—Y, sin embargo, aquí estamos los dos, completamente despiertos. ¿Por qué, Dei? —le preguntó en voz baja—. ¿Vamos a seguir negándonos lo que ambos queremos?
—No.
Itachi se quedó quieto. Tan quieto que su habitación pareció detenerse en el tiempo y lo único que podía oírse era el viento.
El frío inundó la estancia. Deidara se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos.
Se le veía tan vulnerable que todos y cada uno de los instintos de Itachi clamaron que fuese a protegerle. Que le abrazase y le hiciese el amor con toda la paciencia y el cariño que él tenía en su interior.
Soltó una maldición cuando otra ráfaga de viento helado se coló en el dormitorio.
Las llamas del fuego que ardía en la chimenea se sacudieron y volaron más altas, avivadas por el aire.
Se acercó a la ventana y la tapó con las gruesas cortinas y después fue al lado de Deidara para abrazarle y protegerle del frío.
El corazón del doncel latía frenético contra el torso de Itachi y temblaba de pies a cabeza.
—Métete en la cama y abrígate con las pieles mientras yo me ocupo del fuego —le dijo cariñoso.
Apartó al doncel con cuidado y le llevó hasta el lecho.
Deidara se sentó en un extremo y se tensó cuando Itachi lo envolvió con una de las pieles.
Incapaz de resistirlo, Itachi le dio un beso en la coronilla y le pasó la mano por el pelo.
Todavía no podía besarle. Si lo hacía, sería incapaz de detenerse y Deidara se congelaría de frío.
A Itachi le temblaban las manos cuando echó los troncos en la chimenea. Abrió y cerró los dedos, en un intento de disipar los temblores, pero no lo consiguió.
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Seduciendo a un Uchiha
RandomItachi Uchiha siempre ha estado dispuesto a sacrificarse para defender los derechos de su clan, por ese motivo ha aceptado casarse con el hijo doncel del Lord del clan vecino. Pero cuando se dirige hacia las tierras de su prometido, Itachi y sus hom...