Capítulo 18

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Deidara aguantó la respiración hasta que notó que se mareaba por falta de aire y cuando soltó el aliento, lo hizo tan rápido que se sobresaltó.

Frente a él tenía a un hombre... un guerrero sin igual.

Itachi se había forjado en el fragor de la batalla. Su delgado cuerpo estaba formado por músculos fuertes y marcados. Cicatrices. Fuerza. No le sobraba ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.

Estaba encima de él y la fuerza que desprendía era casi palpable en aquella pequeña habitación.

Podría hacerle daño sin esfuerzo y, sin embargo, Deidara confiaba plenamente en él. La ternura con que la tocaba le tranquilizaba y le hacía arder de deseo.

Pero al mirar su entrepierna y ver aquel enorme... miembro... izándose como una bandera, empezó a tener dudas.

—¿Estás seguro... estás seguro de que... de que... cabrás?

Casi se murió de vergüenza al terminar la pregunta.

¿Cómo se suponía que iba a comportarse como un doncel adulto, que vivía solo desde hacía años, si se desmayaba al ver el miembro de un hombre?

No podía decir que no los hubiese visto antes. Para empezar, él mismo tenía uno, incluso había visto el de Itachi, pero siempre en reposo. Nunca erguido y listo para la batalla. Nunca tan grande.

Le sorprendía enormemente que algo tan blando y nada interesante pudiese crecer tanto y adquirir un aspecto tan amenazador.

Luego miró más abajo y vio que el suyo estaba igual de duro.

Itachi se rió en voz baja y le brillaron los ojos al mirarle.

—Sí, cabré. Es mi deber asegurarme de que puedes recibirme.

Deidara arqueó una ceja al oír tal arrogancia.

—¿Y cuál es mi deber? ¿Quién ha escrito estas reglas, guerrero?

Itachi le sonrió.

—Tú te relajarás y humedecerás. Mi deber es conseguir precisamente eso.

—¿Eso haré?

Deidara intentó disimular lo confuso y perdido que estaba, pero al final la pregunta sonó incluso sensual.

Itachi se acercó un poco más y se tumbó encima del doncel.

Deidara lo tenía tan cerca, que el calor que desprendía le envolvió y penetró en su piel.

—Sí, lo harás. Yo me encargaré de eso.

Se movió y, cuando sus cuerpos se tocaron, ambos se fundieron el uno con el otro.

A Itachi le caía el pelo por el hombro y  acariciaba el rostro del doncel.

—Debería estar prohibido que un hombre tenga el pelo tan bonito —murmuró Deidara.

Itachi se apoyó en una mano y le miró intrigado.

—Debería estar prohibido decirle a un hombre que tiene el pelo bonito —replicó.

—Oh, pero es que me encanta pasarte los dedos por entre los mechones —contestó el doncel con una sonrisa—. ¿Te acuerdas cuando te lo lavé en la cabaña? Te lo sequé y lo cepillé y luego te hice unas trenzas. Tuve la sensación de que era de seda, de la seda más suave que he tocado nunca. Aunque tuve que deshacerlas enseguida, por lo visto no te gustan las trenzas.

—Me acuerdo de un ángel que me sedujo tocándome el pelo. Fue como estar en un sueño del que no me quería despertar. Me gusta todo aquello que implique que me toques el pelo, pero tienes razón, soy una persona de un único peinado.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora