Capítulo 26

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Itachi cogió a Deidara en brazos y se acercó a la cama.

La tela de lino con que le había secado resbaló hasta el suelo dejándole desnudo.

Le tumbó en el colchón y dio un paso atrás sin dejar de mirarle.

Deidara se sintió muy vulnerable y tragó saliva para contener los nervios, mientras Itachi iba desnudándose muy despacio.

Los músculos de sus brazos y sus hombros se tensaron y aflojaron, sus abdominales se marcaron con intensidad.

Deidara se moría de ganas de explorar esas líneas con sus dedos y recorrer hasta el último rincón del guerrero.

—Separa las piernas, Deidara. Déjame verte.

Deidara se sonrojó, pero hizo lo que le decía y fue abriendo las piernas poco a poco.

Itachi se acercó y le cogió los tobillos para levantarle los talones y apoyárselos en el colchón, antes de echarle las rodillas hacia los lados.

La postura le dejaba completamente expuesto. Abierto y ansioso de sus caricias.

Itachi se arrodilló junto a la cama y acarició su duro miembro, luego continuó su recorrido y se detuvo un segundo en la entrada, antes de deslizar un dedo un poco en su interior.

Deidara gimió y arqueó las caderas en busca de más.

Itachi apartó el dedo y bajó la cabeza.

Deidara aguantó la respiración hasta que pensó que iba a marearse. Todas y cada una de las células de su cuerpo esperaban ansiosas que le acariciase con los labios.

Pero no fueron sus labios los que le tocaron.

Itachi sacó la lengua y con ella recorrió su miembro desde la base hasta la punta.

Deidara gritó de placer y se convulsionó de pies a cabeza.

Itachi le sujetó los muslos y le mantuvo quieto donde estaba para seguir lamiéndole.

Su áspera lengua le causó indescriptibles sacudidas de placer que nacían en su estómago y subían hasta su pecho, endureciéndole dolorosamente los pezones.

Itachi presionó dos dedos en su interior y succionó la pequeña abertura de la punta de su miembro con suavidad, luego le pasó la lengua de arriba abajo, una y otra vez, atormentándolo para que se tensase al máximo.

Fue demasiado. El cuerpo de Deidara estalló en mil pedazos.
Como si una ráfaga de viento esparciese un montón de hojas por todas partes. Pero después de esa tortura, y de excitarse hasta límites insospechados, de repente se sintió ligero como flotando en una suave espiral.

Aturdido por la intensidad del orgasmo, levantó levemente la cabeza.

—¿Itachi? —susurró.

Pero Itachi no respondió. En vez de eso, le dio la vuelta con cuidado y le tumbó boca abajo, colocándole una mano en la espalda.

Para su sorpresa, le ató una muñeca a un trozo de tela y después le cogió el otro brazo para atarle la otra e inmovilizarle ambas manos a la espalda.

Deidara sintió un cosquilleo en el estómago y las rodillas le temblaron descontroladas.

Cuando terminó de hacer el nudo, Itachi tiró de él con fuerza. Acto seguido, puso al doncel de rodillas y le inclinó la cabeza hacia el colchón, para que una de sus mejillas descansase en él y las nalgas le quedasen bien elevadas en el aire.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora