Capítulo 5

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Deidara notó una desagradable punzada en un costado justo antes de abrir los ojos.

Abrió asimismo la boca, asustado, y habría gritado de no ser por la mano que se lo impidió.

El terror le embargó al ver que los dos estaban rodeados por unos hombres armados con cara de pocos amigos.

Todos tenían el ceño fruncido y tardó unos segundos en darse cuenta de que dos de ellos tenían las mismas facciones que el herido.

Y no parecían estar nada contentos.

Deidara no tuvo tiempo de pensar en la situación, porque uno de los desconocidos, que llevaba una espada que podría partirle en dos con suma facilidad, le cogió y le puso en pie.

Deidara estaba a punto de exigirle que le explicase qué estaban haciendo allí cuando su captor le fulminó con la mirada haciéndole cerrar la boca de golpe.

Al parecer, él también quería hacerle algunas preguntas.

—¿Quién eres y qué le has hecho? —le preguntó, señalando al guerrero que seguía tumbado en el catre.

Deidara abrió la boca atónito, incapaz de contener su indignación.

—¿Que qué le he hecho? No le he hecho nada. Bueno, excepto salvarle la vida, aunque supongo que eso no cuenta.

El hombre entornó los ojos y se acercó al doncel sujetándole del brazo con tanta fuerza que Deidara terminó gimiendo de dolor.

—Suéltale, Sasuke—le ordenó el que parecía ser el jefe.

El tal Sasuke frunció el ceño en señal de desagrado, pero le soltó y le empujó hacia otro de los hombres.

Deidara se volvió de inmediato e intentó apartarse, pero el hombre le sujetó igual que le había sujetado Sasuke, aunque con más delicadeza.

El líder del grupo se arrodilló junto al herido, que seguía dormido, y la preocupación se hizo evidente en su rostro.

Le pasó la mano por la frente y por el pecho y luego también por los hombros en busca de la causa de su enfermedad.

—¡Itachi! —le gritó con tanta fuerza que habría despertado a un muerto.

¿Itachi? Era un nombre muy bonito.

Pero Itachi no se movió. El que estaba arrodillado dirigió una mirada llena de preocupación hacia Deidara y aquellos ojos negros, tan parecidos a los de su guerrero, adquirieron la frialdad propia de una noche de invierno.

—¿Qué le ha pasado? ¿Por qué no se despierta?

Deidara se volvió hacia el hombre que le estaba sujetando y clavó los ojos en los dedos que le rodeaban el brazo hasta que el guerrero captó el mensaje y le soltó.

Entonces corrió hacia Itachi de inmediato, decidido a impedir que aquel otro hombre, fuera quien fuese, lo molestase.

—Tiene fiebre —explicó con voz ronca, intentando ocultar el miedo que le daban.

—Eso puedo deducirlo yo solo —replicó el jefe—. ¿Qué le ha pasado?

Deidara levantó la sabana que cubría el torso de Itachi para dejar al descubierto la herida que él mismo le había cosido.

Varios guerreros contuvieron la respiración y Sasuke, el que le había sujetado el brazo con tanta fuerza que a punto había estado de rompérselo, se acercó y miró la herida.

—No sé qué le ha pasado —contestó el doncel con total honestidad—. Su caballo lo trajo hasta aquí y él se desplomó delante de mi puerta. Tuve que recurrir a todo mi ingenio para meterlo en casa y poder curarlo. La herida del costado era muy profunda. Se la cosí lo mejor que pude y le he estado cuidando, alimentando y abrigando desde entonces.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora