Capítulo 25

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Cuando Deidara se despertó, sintió como si su cabeza fuese una jarra de metal vacía en la que todo resonaba y como si hubiese arrastrado la lengua por el suelo durante más de un kilómetro.

Se lamió los labios para humedecérselos. Giró la cabeza de un lado a otro y gimió de dolor.

Por todos los dioses, moverse era todo un suplicio.

Se sentía dolorido y maltrecho y tenía la piel pegajosa de sudor.

Estaba desnudo, no llevaba ni un simple retal de tela encima, y las pieles estaban arremolinadas a sus pies.

Se murió de vergüenza y volvió a sentir calor por todo el cuerpo.

Seguro que se había puesto de color escarlata. Sólo los dioses sabían quién había entrado y salido de su dormitorio mientras él tenía fiebre.

Empezó a gemir, pero se detuvo de golpe.

Ya era suficiente.

¿Durante cuánto tiempo más iba a estar compadeciéndose?

A saber cuánto tiempo llevaba comportándose como un niño enfermo.

¿Cuántos días había pasado en aquella cama?

Era vergonzoso.

Levantó una mano y en menos de un segundo la dejó caer inerte.

La garganta todavía le dolía, pero ya no tenía fiebre, sin embargo, era evidente que la enfermedad le había dejado débil como un recién nacido.

Y hablando de recién nacidos, tenía que ir a ver a Minato para ver cómo seguía.

Lo que significaba que tenía que levantarse.

Tardó varios largos y extenuantes minutos en incorporarse y sentarse en la cama.

Le habría encantado darse un baño, pero no se veía con fuerzas de hacerlo.

Se arrastró como pudo hasta el cuenco con agua y humedeció un paño.

Se tomó su tiempo para lavarse todo el cuerpo, hasta que volvió a sentirse más o menos persona.

A pesar del frío que hacía, estuvo tentado de tirarse al lago.

Después de asearse, cogió uno de sus kimonos y lo miró como si fuese a librar una batalla con él.

Y, tras sonreír, se dio cuenta de que eso era exactamente lo que iba a tener que hacer.

Gastó todas las fuerzas que le quedaban en ponerse presentable y, cuando terminó, se desplomó sobre la cama, donde se quedó hasta encontrar el valor necesario para salir de allí.

Cuando consiguió llegar al piso de abajo, se sintió muy orgulloso de sí mismo por el hecho de no haberse caído de bruces y notó que la sangre ya empezaba a circular de una manera bastante normal por sus venas.

Sin aliento pero muy satisfecho, se abrió paso hasta el salón y miró alrededor para ver quién andaba por allí.

Minato estaba sentado junto al fuego, con los pies apoyados en un taburete con un cojín encima.

Deidara sonrió y se acercó al hogar.

—¡Deidara! —exclamó Minato cuando levantó la vista y le vio—. ¿Qué estás haciendo fuera de la cama? Has estado muy enfermo. Deberías seguir descansando. Tú mismo reñiste a Itachi por levantarse antes de tiempo.

Deidara se sentó en una silla a su lado.

—Sí, es cierto, soy un paciente horrible, pero un excelente curandero. Exijo que mis pacientes hagan los que les digo y no lo que me ven hacer a mí.

Seduciendo a un UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora