Parte 11. Duelo a muerte.

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No dijo nada, no sabía como reaccionar, primero se puso blanco del susto y luego colorado, mientras yo la observaba detenidamente sin quitarme de encima. Era del tamaño de una moneda de dos euros, más o menos, y tenía grabado un dibujo que parecía una carta astral, con los símbolos de los planetas, líneas que iban de unos a otros, y algo escrito en alfabeto rúnico, pero todo con pinta de muy antiguo. Por la otra cara había un escudo heráldico con una inscripción en un idioma extranjero que parecía de algún país nórdico.

—¿Qué idioma es este?— Le pregunté sin apartar la vista de la inscripción.

—Eh... Es un dialecto de... Suecia.—Respondió nervioso, casi trabándose.

—¿Lo conoces? —Asintió modestamente con la cabeza.— ¿De donde la has sacado?— Le dije mientras se la volvía a meter por el cuello de la camiseta como si nada.

—Es... una herencia familiar.—Dijo muy serio, tragando saliva.

—Vaya ¿Y tiene mucho valor?— Continué investigando, recreándome en su cara de circunstancias, entre sorprendido y asustado, hasta parecía que le costaba respirar, y no dejaba de mirarme a los ojos alternativamente, para ver si podría predecir el siguiente movimiento, olvidándose de su timidez y confirmándome definitivamente que los tenía de un verde peculiar a la luz del sol.

—No, pero...—Tragó saliva otra vez, dudando de la respuesta que me iba a dar.— Es lo único que me queda de mi padre —dijo de carrerilla.

Y en su mirada apareció un atisbo de tristeza que no me gustaba verle.

No quería tocar el tema de los padres, pero al parecer él tampoco tenía. Sin embargo debía tener familia en Suecia.

—Vale —dije apartando yo la mirada aquella vez, mientras me quitaba de encima lentamente.

En cuanto lo hice, se sentó acurrucado, apoyando la espalda en la roca y abrazándose las rodillas, con la mirada perdida, como si pensase en su padre o en algo así, muy serio.

—Lo siento, perdóname por la brusquedad...—dije intentando justificarme.

Además me sentía culpable por haberle recordado malos rollos.

—No importa —dijo intentando forzar una sonrisa. Pero no le salió muy bien.

Volví a mi roca y me senté, levantando la cara al sol y cerrando los ojos. Por entre las pestañas veía que me miraba, y si abría los ojos o parpadeaba, enseguida desviaba la mirada a otra parte. Me preguntaba qué estaría pasando por su cabeza en aquel momento. Seguramente la había cagado demostrándole mi velocidad y estaría dándole vueltas y pensando que era un bicho raro o que me había escapado de algún circo. Y eso no ayudaba mucho si quería parecer una chica normal.

Después de un rato, cuando se escondió el sol definitivamente y empecé a tiritar por tener la ropa mojada todavía, me asomé por entre los matorrales para espiar a LB y Ferguson, a ver si ya se habían enrollado o qué, pero seguían allí, simplemente hablando, ¿Tanto les molestaba Rüdiguer para eso? Me puse las sandalias, que ya se habían secado, me hice otra vez la coleta, y le dije a Rüdiguer que bajáramos para irnos, que aquellos no tenían pinta de querer enrollarse todavía, y para hablar tenían todo el día. Él no dijo nada, para variar, y nos bajamos por la roca, tal y como habíamos subido.

Cuando retomamos el camino del pueblo, me metí con Ferguson y LB, por lo que habrían estado haciendo aprovechando que estaban solos, tras tirar a Rüdiguer de allí descaradamente. Y él, me devolvía la pelota imaginando en voz alta lo que habríamos estado haciendo nosotros solos por allí arriba tanto rato, y encima, como Rüdiguer enseguida se ponía colorado se creían que realmente había pasado algo y lo negábamos porque nos daba vergüenza.

Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora