Parte 39 La Barana.

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Después de cenar, yo sola, porque ni la tía, ni LB, cenaron en casa, me fui a dormir. O por lo menos a intentarlo. Pero no conseguía sacármelo de la cabeza. Intenté dar alguna cabezada pero no podía. Oí llegar primero a LB, que se acostó. Luego oí llegar también a la tía, que se asomó a nuestras habitaciones para ver si dormíamos. Yo lo fingí para que no me preguntara nada porque no tenía ganas de hablar. Al final, cansada de dar vueltas en la cama, y como hacía tanto calor, decidí vestirme, a las cuatro y media de la madrugada, y salir a la calle a pasear. Con un poco de suerte a lo mejor me lo encontraba haciendo parkour en la plaza. Pero no.

Estuve deambulando por el pueblo un buen rato. No había nadie, sólo algún colgado que venía de fiesta. Cuando llegué a casa empezó a entrarme el sueño, pero ya eran las seis y me daba miedo dormirme por si luego no me despertaba a tiempo, así que me pegué una ducha para despejarme y me puse una camiseta de LB, que estaba tendida y seca, porque las mías estaban todas echas un asco. Siempre se me olvida meter la ropa en el cesto de la lavadora.

Pillé una rodaja de melón, para comer por el camino y, aunque era pronto todavía, me fui hacia la barana, que era una placeta que hacía de mirador hacia el barranco por su parte más alta, con una barandilla entre dos casas antiguas que le daba el nombre y desde la que se había suicidado mucha gente. Según cuentan, claro.

Al girar la esquina de la casa norte me sorprendió verlo ya allí, sentado en la barandilla aquella, con los pies colgando hacia el barranco.

Al notar mi presencia se giró sobresaltado, seguro que pensaba que era un Willi, y al verme se miró el reloj sorprendido. Supuse que la mochila negra que había en el suelo, tirada a los pies de la barana, sería suya.

—No podía dormir.— Le dije para aclararle porqué estaba allí tan pronto, mientras me arrimaba a la pared de la casa para resguardarme del airecillo fresco que se había levantado.

—¿Por qué?—Se atrevió a preguntar sin mirar directamente, para variar.

—¿Por qué va a ser?— Le dije un poco harta de jugar al despiste.— Por tu culpa.— Ya no me aguantaba más, necesitaba dejárselo claro.

Pero no me salían las palabras adecuadas. Mientras, me miraba de reojo con una ceja levantada, como esperando que le contara el motivo.

—De todos los amigos que tengo, y no me refiero sólo a los del pueblo, si no a "todos"...— Hice una pausa dudando si continuar, pero ya que lo había empezado lo tendría que soltar.—... Tú eres el que más quebraderos de cabeza me está dando. Y eso que apenas hace unas cuantas semanas que nos conocemos.— Dije sin pensármelo mucho. Y me giré cara al barranco para buscar la inspiración que necesitaba para explicárselo.

Él no dijo nada. Lo veía de reojo, cabizbajo. Me ponía nerviosa verlo allí. Como si fuese a saltar en cualquier arrebato.

— Bueno, al grano, ¿para qué querías que viniera?— Dije de pronto, para cambiar de tema puesto que no sabía qué más decir, confiando en tener otra oportunidad luego y encontrarme más inspirada. —¿Qué tienes que hacer allí? ¿Los trajeados lo saben? — Empecé a disparar preguntas directamente porque no tenía tiempo que perder.

Se me quedó mirando sorprendido de que tuviera aquella información.

—No lo sé. Mañana creo que ya estaré de vuelta. Sólo tengo que ir a identificarme. — Agachó la cabeza y yo respiré visiblemente aliviada.

Saber que volvería al día siguiente me tranquilizaba bastante, por no decir que me alegraba de no perderlo. Ya no tenía prisa por aclararle nada. Volvían a haber más días que longanizas.

—Supongo que es para arreglar papeles ¿no? Para irte en Septiembre. —Quise saber.

Asintió con la cabeza de nuevo y sentí la necesidad de animarlo de alguna manera.

—Ya. Debe ser duro dejar aquí a los colegas, pero...Allí estarás con tu familia...

—La relación con mi familia es complicada. —Me interrumpió dándose la vuelta y bajando de la barana.

—¿Porqué?

Miró de reojo a la esquina sur de aquella placeta de una manera casi imperceptible pero mi ojo entrenado lo había notado.

—Ahora no te lo puedo contar. —Dijo acercándose lentamente, mirando al suelo.

Por muy chunga que fuera la relación con su familia, seguro que estaría mejor allí que en un colegio del que lo trasladan constantemente "por su seguridad". Por lo menos podría estudiar lo que quisiera porque parecía venir de una familia pudiente.

Por un momento me lo imaginé viviendo en una gran mansión, con su abuela, sus tíos y primos, suponiendo que los tuviera, siguiendo el protocolo de los ricos.

No. No le pegaba para nada. Pero no sería yo quien se lo dijese.

Ni a LB, ni a mí, ni a ninguno de mis compañeros, nos darán esa oportunidad de poder elegir qué hacer con nuestra vida. Tendremos que conformarnos con encontrar un trabajo en el que no nos exploten demasiado, y si ahorramos tal vez podamos pagarnos una carrera algún día, y con un poco de suerte y siendo los mejores en nuestra especialidad, a lo mejor encontramos un puestecillo que no quiera ningún enchufado, para empezar desde abajo. Y quizá algún día, después de muchos años haciendo la pelota a jefes y superiores, alcancemos ese puesto ideal, casi a punto de jubilarnos. O quizá no, y nos pasemos la vida con contratos temporales, de flor en flor, codo con codo con los inmigrantes, que tienen estudios pero no tienen papeles, y cuando los consiguen se pueden buscar algo mejor, mientras nosotros seguiremos allí abajo. ¿Era eso mejor?

Estuvimos un buen rato en silencio. Yo miraba al barranco pensando que ojalá nada de lo que había pensado se cumpliera, ojalá tuviéramos suerte, la vida nos sonriera alguna vez, y supiéramos aprovechar bien esa sonrisa. Por lo menos habría que mantener la esperanza, ya que dicen que es lo último que se pierde.

—Bueno, —Dijo, mirándose el reloj, que nunca llevaba pero aquella vez sí. —Ya veo que el Rata se ha ido de la boca.—Empezó a decir, acercándose un poco más, mientras se sacaba el cordón de la medalla por el cuello, quitándosela, parándose frente a mí con ella en las manos, sin dejar de observarla. Yo lo vi todo como a cámara lenta.

Me llegó una bocanada de fresco olor a suavizante. Tragué saliva. ¿Qué iba a hacer? Me puse nerviosa y me pegué a la pared para que no se me notara el temblor.

Sin decir nada, ni mirarme a los ojos siquiera, me pasó el cordón por la cabeza y dejó colgar la medalla de mi cuello.

¿Era para mí? ¡¿Era un regalo?!

Yo estaba cardíaca pero aún así, noté que no pesaba tanto como cuando se la saqué en el bosque

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Yo estaba cardíaca pero aún así, noté que no pesaba tanto como cuando se la saqué en el bosque.

La toqué. Era de madera. ¡Era una copia!

Estaba confundida totalmente. Desconcertada.

 Desconcertada

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Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora