Parte 59. El sillón orejero.

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Me encantaba colgarme de su cuello mientras me dejaba abrazar. Después, entre beso y beso, bajó las manos hasta las caderas, lentamente, y luego hasta los muslos, hasta el borde de la faldita que tanto juego estaba dando, para volver a subir pero por debajo de ésta, tembloroso, algo torpe diría yo. Sentía como el corazón y sus carretillas querían salírseme del pecho, mientras le empujaba, poco a poco, hacia el sillón. Le quité la camisa de manga larga que llevaba atada a la cintura porque empezaba a molestar, y luego, sin dejar de besarnos, fui subiéndole la otra, despacio, hasta que él levantó los brazos y se la quité de un tirón. Me encantaba su cuerpo flaco pero fibroso. No podía dejar de mirar su pecho cómo se hinchaba y deshinchaba deprisa, conforme respiraba. No podía evitar acariciarlo. Su mirada de deseo lo decía todo. Volvimos a pegarnos como dos imanes para seguir besándonos frenéticamente mientras esta vez era él el que me levantaba la camiseta poco a poco, hasta que levanté los brazos para que me la quitara como había hecho yo.

Por lo menos aquel día llevaba un sujetador visible, y no de abuela, que son los más cómodos. Se detuvo para mirarme. No, no llevaba relleno, eso era una coña que le contaba al Frigui para hacerlo rabiar.

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Nos leemos pronto!

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Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora