Parte 22. Escapada.

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Dormí de un tirón, a pesar de estar en el suelo. Cuando desperté Rüdiguer ya no estaba. Seguramente se largó en cuanto me dormí. Los demás dormían como troncos. Bajé a la cocina y me lo encontré allí, sentado en la encimera, pisando en el fregadero, mirando por la ventana mientras se comía un enorme melocotón. No haría mucho que había salido el sol, estaba muy bajo. Sin decir nada me saqué una pera de la nevera y me acerqué a ver qué miraba tan ensimismado.

Sin apartar la vista de la ventana, me hizo una señal con la mano para que me acercase a mirar. ¡Había un zorro! Olfateaba la hierba de las afueras del bosque, casi en el camino, siguiendo algún rastro, y poco a poco se acercaba más a la casa. Era chulísimo, con el pelo rojizo y sus orejas de punta.

—Parece el zorro del Principito.—Dijo muy bajito, como si temiera espantarlo.

Yo no sabía a qué se refería.

— ¿No te lo has leído?— Preguntó muy sorprendido ante mi cara de ignorancia.

Ya actuaba con total normalidad, como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Y yo se lo agradecía.

—No soy muy aficionada a leer, la verdad.—

En realidad ni siquiera había oído hablar de aquel libro, o no había reparado en él. Había tantos libros qué leer a lo largo del curso que casi siempre optaba por "comprar" mis trabajos a los empollones y no perder el tiempo leyendo.

—Pues hay un zorro que quiere ser domesticado por el Principito.— Empezó a contarme con una voz apenas audible.—...para ser especial para alguien, y...—

Siguió contándome la historia, sin apartar la vista de la ventana. Yo me acomodé para escucharlo sin interrumpirlo. Me gustaba oírlo hablar. No sabia si era por el timbre de su voz o porque no era lo habitual. Pero por la forma en que narraba me di cuenta que había mucho más Rüdiguer hacia dentro que hacia fuera. Como un iceberg. La parte que nosotros veíamos no era ni un cuarto de lo que había realmente. Y yo quería descubrirlo todo.

—¿Te gusta pescar?—Le dije sin pensármelo dos veces, cuando acabó de contarme lo del zorro.

Se me quedó mirando sorprendido, sin saber a qué venía la pregunta. Y noté como las mejillas empezaban a calentarse.

—Es que hoy no me apetece ser el conejillo de indias de Javi, ¿sabes? Y cuando se levante seguro que nos invita a comer, por ejemplo, para que nos quedemos y pueda estudiarnos. Y me temo que LB y el Frigui estarán encantados. —Hice una pequeña pausa.— La tía tiene unas cañas en la buhardilla, podemos ir...— Hablaba del tirón, para no arrepentirme.

—No hace falta pegarnos el pateo.— Dijo sonriente, con los ojos brillantes.— El club de pesca no está muy lejos.— Parecía haber captado la idea.— Si nos damos prisa podemos llegar antes de que abran.— Dijo mirando el reloj de la cocina.

Nos fuimos por una senda que había por la parte de atrás. No conocíamos el camino, pero intuíamos que por aquella zona se llegaría a la parte pija del embalse. No tardamos mucho en salir a la carretera que llevaba al club de pescadores, y en tan sólo media hora estuvimos en la puerta. Pero, una vez allí, vimos al lado los kayaks y piraguas, perfectamente apilados y atados con una cadena con candado, que pertenecían a la tienda de deportes de aventura contigua al club de pesca. Una vuelta en kayak por el embalse tenía mejor pinta que tirar unos anzuelos y sentarnos a esperar.

—En realidad no me gusta pescar.—Dijo mirando los kayaks. Frotándose la barbilla con una mirada y una sonrisilla traviesa.

—A mi tampoco.—Le dije riéndome.

Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora