Parte 15. Verdes / Grises.

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—A ver chicas.—Empezó diciendo Ferguson con su imborrable sonrisa y su cara de pícaro.—Aquí os traigo a éste para que salgáis de dudas.— Dijo refiriéndose a Rüdiguer, que fingía intentar soltarse de su brazo para irse corriendo. Y digo que lo fingía porque si hubiese querido hacerlo de verdad, lo hubiese conseguido.

—¿Qué dudas?— Intentó despistar LB, que no podía disimular la alegría que tenía en el cuerpo de ver a su queridísimo Ferguson después de tantos días.

—Bah, ¡que se os oye desde el ayuntamiento! ¿O no?— Y miró a Rüdiguer para que este lo corroborara con un asentimiento de cabeza tan típico de él.

Lo mejor en pilladas de aquel tipo era apechugar y, ya que estaban allí y el tema estaba recién salido del horno, no estaría mal aclararlo.

—Bueno pues, acláranos esta duda existencial.—Dije exagerando la dramatización.— O esta noche no podremos dormir.— Añadí irónicamente para poner unas gotitas de humor que rebajaran la vergüenza.

—Es que, como siempre vas mirando al suelo, no hay manera de averiguarlo.—Dijo LB justificándose.

—Pero si yo no me los veo.—Dijo riéndose, excusándose tímidamente, sin dejar de forcejear.

—Trae pa'cá. No te los ves.—Le estiró Ferguson para cogerlo mejor y sujetarle los brazos en la espalda para que dejara de forcejear, inmovilizándolo.— ¡Venga! ¡Ahora o nunca!—Nos animó.

Ni cortas ni perezosas nos levantamos de un salto del banquito y fuimos al centro de la plaza, que es donde ellos se habían quedado, para sujetarle a Rüdiguer la cara y poder mirarle los ojos. Pero él, riéndose y súper colorado, los cerraba, apretándolos fuerte.

—Ábrelos o te haremos cosquillas.—Le amenacé.

—No, por favor.—Suplicó él, sin dejar de reírse y sin abrirlos.

Pero como no se fiaba los abrió para ver si le íbamos a hacer cosquillas o qué, pero nada, durante un segundo solamente, y se los pudimos ver, soltándole la cara después.

—Ves como son grises.—Matizó LB poniéndose más formal.

—¡¿Qué dices?! Son verdes.—Le respondí sorprendida ante la evidencia.

Ferguson y Rüdiguer se miraron entre ellos desconcertados, estirándose la ropa del forcejeo.

—A ver si alguna de vosotras va a ser daltónica.—Dijo Ferguson y empezaron a reírse a nuestra costa.— A ver que te los vea yo.— Dijo acercándose a él.

—No, no, no. Ni pensarlo.—Dijo echándose para atrás, manteniendo una distancia de seguridad por si quería volver a cogerlo.

—¡Anda! ¡Has negado tres veces!—Dijo Ferguson, mirándolo cómplice y riéndose ambos, como burlándose de nosotras en nuestra cara. Menudo pinchón estaba hecho. Al parecer se traían alguna coña con las tres negaciones de San Pedro.

Ya no se acercó a él para nada, y a nosotras menos. Nos quedamos un rato más hablando con ellos, pero poco porque teníamos hambre, así que nos fuimos, dejándoles caer que, si aquella tarde no tenían que hacer ninguna faenita, y ya que hacía tanto calor por el ponientazo que estaba pegando, podríamos ir al embalse a nadar un rato. No hizo falta repetírselo dos veces.

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Aquella tarde el aire era irrespirable. Por lo menos habría cincuenta grados a la sombra. Todo el mundo estaba echándose la siesta, dentro de sus casas de pueblo fresquitas, con sus muros de metro y medio de grosor, o en su defecto, en sus pisitos pijos con aire acondicionado.

Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora