Parte 4. La teoría de los zurdos.

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Al día siguiente por la mañana, después de entrenar, LB y yo fuimos un rato a nadar al río. Toda la mañana estuvo mirando alrededor como si buscase a alguien. Y yo sabía muy bien a quien buscaba, la muy pájara. Pero no. No los vimos. Tendrían "faenitas" que hacer.

Después de comer nos pusimos un rato a estudiar mientras la tía se echaba su siesta de rigor. Pero, en cuanto se fue a merendar al bar con sus amigos, cerramos los libros para irnos a dar una vuelta, a ver si había más suerte que por la mañana.

Y entonces, apareció la Sra. Martina, la vecina de abajo, pidiéndonos por favor que le cuidáramos a sus hijos y a sus sobrinos, mientras iba a recoger a su hermana a Jérica, que había dejado el coche en el taller y claro, no podía ir con los niños porque no cabían todos en su coche.

No pudimos decirle que no, parecía desesperada. Además, nos aseguró que estaría de vuelta en menos de una hora. Y... la vecina tenía tres hijos, pero su hermana tenía ¡Cinco!, el pequeño ¡de seis meses!

Sí, vale, las dos teníamos experiencia como canguro. No era un trabajo muy agotador y te podías sacar unos euros para gastos extras. Pero... ¡¡joder, que estábamos de vacaciones!!

Los niños al principio se portaban bien. Sentaditos en el sofá viendo la tele. Pero, conforme fueron cogiendo confianza, empezaron a lazarse cojines unos a otros, a saltar por encima de los sillones y aquello se nos fue de las manos. Armaban tanto jaleo que apenas oímos el timbre cuando sonó. LB fue corriendo a abrir deseando que fueran sus madres, pero no, apenas había pasado media hora.

Me quedé de piedra al ver a Ferguson y Rüdiguer en la puerta de casa.

¿Cómo habrían averiguado dónde vivíamos? No me hacía ni pizca de gracia tenerlos allí sabiendo a lo que se dedicaban. No podía estar vigilándolos a ellos y a los críos. ¡No tenía tantos ojos!

Pero ella les hizo pasar.

–No sabía que hacíais de canguro.–Dijo Ferguson un poco fastidiado al ver el panorama.– No parece que se os dé muy bien, ¿eh?–

–Muy gracioso.–Le dije yo de mala gana, con el bebé en brazos para que sus primos no lo pisaran al pasar corriendo por encima de la alfombra.–Estamos muy ocupadas ¿Qué queréis?–

–Pues resulta que me ha llamado el tal Josema–Dijo con cara de asco. Sí, a mi tampoco me caía bien. –Para decirnos que vayamos esta tarde a ensayar a su casa un rato. Que nos espera en la plaza a las seis. –Dijo mirándose la hora. – Y como aún no nos habéis dado los teléfonos...

–¡Pues si no hay señal!¿Para qué quieres que te los demos? –Dijo LB riéndose.

–Eso será hasta que venga el Rata. –Le contestó él, muy seguro de sí mismo. – El año pasado ya lo hicimos. –Y con esto también se dirigía a Rüdiguer, por lo que deduje que el año pasado no estuvo con ellos. –Con el boom de los móviles y todo esto, los del Ayuntamiento instalaron un inhibidor de señal por petición del pueblo. Vamos, de los cuatro viejos que viven aquí todo el año. –Aclaró, sentándose en el sofá con todo el morro, como si estuviera en su casa. – Porque dicen que las ondas producen cáncer y esas cosas y total, como ellos se apañan con el fijo... pues hale, a fastidiarnos a todos.

–Y... ¿Qué es exactamente lo que hicisteis? –Le preguntó LB, sentándose a su lado y pasando olímpicamente de los niños que se suponía tenía que cuidar.

–Lo rompimos. –Contestó él, como si fuera obvio. – Luego ellos lo arreglaron y nosotros lo volvimos a romper. Y así nos pasamos todo el verano. Fue divertido. Por lo menos teníamos señal a ratos.

Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora