Parte 37. El Rata

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Llegué al lecho del barranco y me senté en una piedra, dándole vueltas a aquella discusión tan tonta. No encontraba explicación posible. Sólo sentía rabia. Una rabia incontenible. Sin pensarlo cogí una piedra redondeada que tenía a mano, del tamaño de un puño, y la lancé con todas mis fuerzas contra una roca cercana, haciéndola añicos. Necesitaba desahogarme de alguna manera.

—¡Maldita seas! —Me grité a mi misma, cuando supuse que ya se habrían alejado lo suficiente como para oírme. No me podía contener más.

Después me costó bastante hacerme el ánimo y volver a subir a la carretera, con cuidado de que no estuvieran esperándome bajo alguna sombra. Pero no, se habían largado sin mí, como si les importara una mierda, lo que contribuyó a que me sintiera peor todavía.

Al rato de llegar a casa apareció LB, acompañada por Ferguson, que no subió. Se sentía incómodo estando la tía presente.

—Vaya, ya has aparecido.— Me dijo con cierto tono de recochineo al pasar por mi lado cuando iba al balcón para ver como se largaba Ferguson calle abajo.

Y la tía, que venía detrás con el puchero de las lentejas para ponerlo en la mesa la oyó y se sospechó algo.

—¡Ay! Los chicos.— Suspiró.— Cuando yo tenía vuestra edad también corría tras ellos... —Refiriéndose a LB, que aún estaba en el balcón, sacando más de medio cuerpo por la barandilla para poder verlo hasta que girase la esquina.— ...y también me enfadaba por tonterías.— Y me lanzó una miradita de las suyas.

Yo no dije nada. La tía era muy lista y enseguida se daba cuenta cuando pasaba algo. Nos preguntó acerca de Javi, de cómo habíamos pasado la noche en su casa. Por supuesto no le contamos nada de la tesis, ni de los tripis. Ni tampoco le dijimos que Ferguson se había pasado a su habitación. LB le dio una descripción detallada de la casa y todo. Pero a la tía no parecía interesarle mucho la decoración. Yo creo que había sacado el tema para averiguar porqué estábamos tan serias.

—¿Has hablado con Rüdiguer?—Me preguntó LB, aprovechando que la tía se había levantado a por el postre.

—No.— Le contesté, sorprendida.— ¿Debería?

Pero la tía se dio mucha prisa en volver. Al parecer desde la cocina no se oía bien la conversación.

—¡Mujer! Pues ha salido corriendo detrás de ti, súper cabreado con nosotros, diciendo que te habíamos asustado con nuestros gritos.

—Ah, claro, que él no gritaba, ¿no?—Le dije, ocultando la sorpresa e importándome un pimiento que la tía estuviera presente.— Además, ¿Y a él qué? ¿Se piensa que soy un bebé? ¿Por qué debería asustarme por una discusión tan tonta? ¿Tan vulnerable parezco?

—Relájate, tía.—Me sugirió LB, asombrada de que me encendiera tan pronto.

—El muchacho se preocupa por ti, eso es todo.— Intervino la tía.

Respiré hondo varias veces para relajarme. Ni yo misma entendía porque me alteraba con tanta facilidad aquel día.

—Pues no. No lo he visto.—Le contesté después.— No me ha encontrado. O... si lo ha hecho no ha dado señales de vida.—

Si me hubiera seguido lo habría notado. Mi radar olfativo no solía fallar y su olor a suavizante lo tenía muy bien catalogado en mi cerebro. A no ser... que el viento estuviera en mi contra. Pero no le di muchas vueltas porque, de todas formas tampoco había hecho nada raro, ni espectacular, de lo que me tuviera que avergonzar. Pero por otro lado me inquietaba que hubiera venido a buscarme y no me hubiera encontrado. Él tenía el oído muy fino y yo no había sido muy silenciosa que dijéramos, tirando piedras y dando gritos para desahogarme. A lo mejor lo de venir a buscarme era solo una excusa para escaquearse él también.

Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora