Parte 14. El chico perfecto.

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—Vale.—Dije metiéndome en el papel que debería haber desempeñado desde un principio.— No os lo quería recordar públicamente pero...— Añadí mirando al Josema y su hijo, que aún estaban hablando con Javi un poco más apartados pero no lo suficiente como para quedarse al margen de la conversación si estiraban la antena.— ...ya os dije el otro día que echamos un par de polvos allí arriba en la roca, cuando lo tirasteis descaradamente de vuestro lado, total para no hacer nada.— Y ahí empezó a darme la risa de pensar en lo que les iba a decir.— Porque mucho meteros con el chaval pero vosotros... nada de nada, ¿Eh?¿Qué pasa? Todo el día de palique, haciéndonos el vacío. ¿Os vais a enrollar ya? ¿O qué?

Y entonces eran ellos los que se pusieron algo coloradillos, que tampoco mucho, y se defendieron metiéndose conmigo con sus comentarios de costumbre, olvidándose ya de Rüdiguer que parecía más aliviado, mientras yo les devolvía la pelota sin piedad en aquella batalla dialéctica. Al final fingieron enfadarse conmigo y todo. No sabían perder.

Cuando el coche estuvo limpio y reluciente, fuimos a que cumpliera su parte del trato. Entonces nos salió con que todavía no lo había cobrado.

Aquello si que era bueno, o sea que, nos pegamos la paliza limpiando su cochecito para nada, y el muy cabrón lo sabía, por eso se le transparentaba aquella sonrisa maliciosa en su cara gorda e hinchada.

Pero para nuestra sorpresa, Javi, que todavía no se había ido, le dijo que él tenía cambio porque venía de recoger el dinero de las taquillas y justamente de allí se iba al banco a ingresarlo, por lo que podía darle el metálico a cambio del cheque, que era al portador. Aquello al Josema no le hizo ni pizca de gracia. Estaba claro que lo que quería era quedarse él con todo, el muy cerdo. Pero por suerte para nosotros se le acabaron las excusas y al final cedió a la propuesta de Javi, aunque muy a regañadientes y echándole unas miraditas que me dolían hasta a mí.

Como era lógico, de los 50€ que nos tocaban a cada uno, nos descontó 10 por haber perdido los monos de "parchís", alegando que como no los podía devolver los tendría que pagar. Dudaba yo que aquellos monos costasen tanto. Seguro que eran del mercadillo o de alguna tienda de chinos que conseguiría por 5€ como mucho, pero bueno, no quise ponerme a discutir por eso también, prefería largarme de allí cuanto antes para no volver.

Nos lo dio todo en monedas de euro, el cabrón, y nos tuvimos que volver andando por la carretera con 40 monedas en los bolsillos que pesaban un quintal y el sol de mediodía cascando desde lo más alto. Pero nos sentíamos bien porque nos habíamos salido con la nuestra.

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Llevábamos un par de días sin verlos. Ahora que ya no teníamos la obligación de ir a ensayar, no teníamos excusa ni motivo para quedar con ellos.

LB estaba triste. Su querido Ferguson parecía haberse esfumado porque con lo pequeño que era aquel pueblo no había rastro alguno de él por ninguna parte.

Por suerte nuestros lazos con los heavys se estrecharon más y ahora hasta nos invitaban a echarnos partidetas al rompebolas o al tetris en las máquinas de los recre. Si, vale, eran juegos antiguos, pero sin internet, jugar al Candy Crush Saga o al Clash Royale, era bastante difícil. Así que nos conformábamos con aquello y es donde fueron a parar la mayor parte de los 40€ del premio.

Bueno, en eso y en la feria de Jérica, donde fuimos con los heavys y a los que les dimos una paliza en los coches de choque, por bacilones.

La mañana se nos pasó volando y nos volvimos todos en tren otra vez al pueblo, gastando mogollón de bromas y riéndonos con los chistes de Zac. Es que no sólo eran los chistes, era también la gracia que tenía al contarlos.

Al pasar por la placeta de la fuente, cuando LB y yo nos dirigíamos a casa, entramos a beber agua porque veníamos muertas de sed. Y nos sentamos a la sombra del banco oscuro a descansar un rato mientras criticábamos a los heavys, o nos reíamos con sus hazañas. Y lo que hace el aburrimiento, empezamos a fabricar al tío perfecto cogiendo rasgos o cualidades de cada uno. Un tío con el pelo rubio de Rober, la altura de Guille, la simpatía de Zac, la sonrisa de Ferguson, los ojazos de Conrad pero con el color de los de Rüdiguer. Y aquí empezó nuestro dilema. Ella insistía en que los tenía grises y yo le aseguraba que eran verdes.

—Son grises.—Insistía ella.

—¿Qué dices? Son verdes.—Rectificaba yo.

—No me convences, son grises.—

—A ver tía, que son verdes ¡joder!—Insistí.— Tú no lo has tenido a dos palmos de tu cara como lo tuve yo en la cabina el otro día, ¡guapa! Y cuando les da el sol son verdes. Un verde extraño, no como el tuyo, pero verdes.— Aseguré.

—¡Perdona bonita!—Que hablaba casi gritando.— Pero la luz del sol no es la más indicada para esto. ¿Eh? Porque tú los tienes castaños y cuando te da el sol parecen más dorados. Color miel, diría yo.

—Ya claro, pero es que sin luz no hay color. ¿Por qué te crees que dicen eso de que de noche todos los gatos son pardos?— Argumenté.— Además, Ferguson también los tiene castaños y cuando le da el sol siguen siendo castaños.

—Sí, pero porque su castaño es puro, más oscuro.—Dijo suavizando el tono, suspirando, como si se le apareciese su imagen en la mente.—Pero bueno, no metas a Ferguson en esto. Son grises y punto.—Volvió erre que erre.

—Verdes. — Insistí yo.

—Grises. — Continuaba ella, subiendo más el volumen.

—Verdes. —Dije yo, gritando más que ella.

Entonces escuchamos ruidos provenientes de la esquina que iba a la plaza y la calle Mayor y nos quedamos mudas pensando que habíamos sido muy ingenuas teniendo aquella conversación allí porque, aunque el pueblo a medio día pareciese desierto, la acústica de aquella plaza era muy buena y con el calor el sonido se propagaba más rápidamente, con lo cual cualquiera nos habría oído discutir hasta desde la plaza.

Yo empecé a buscar un agujero donde meter la cabeza cuando vi aparecer por la esquina a los dos aludidos, que venían riéndose y forcejeando entre ellos. Ferguson traía del brazo a Rüdiguer, como si este no quisiera salir a escena, y que, por su puesto, ya estaba rojo como un tomate.

LB y yo nos miramos muertas de vergüenza.



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Ojalá fuera un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora