Sentía que mi cuerpo pesaba demasiado. Tanto que ni siquiera deseaba intentar abrir mis ojos, aunque ya estaba consciente.
—Tengo que llamar a un doctor —oía.
—Cálmate, él va a despertar.
—¡No me digas que me calme! —esa voz tan conocida para mis oídos gritaba con histeria.
—Finn, Nick tiene razón. Sólo necesita descansar.
Finn. Yo estaba en una habitación con Finn; bueno, también estaba con un tal Nick y un tercer sujeto al cual no conocía. Pero no importaba.
Por fin, luego de varios meses volvía a tener novedades suyas, y aunque no era el reencuentro que yo imaginaba, me sentí contento. Con razón su voz se me hizo tan conocida desde el principio.
—Está inconsciente desde que llegamos, ¡esos malditos casi lo matan! Hay que llamar a un médico, por favor —suplicó.
—N-no hace falta —dije yo con mucha dificultad luego de reunir todas mis fuerzas.
—¡Jack! —exclamaron los tres al ver que yo me incorporaba.
Finn se acercó hasta donde yo estaba y puso una de sus manos en mi frente.
—Hola —saludé.
—No te esfuerces tanto —me dijo un chico demasiado similar a mi amigo pelinegro, pero más grande—. Acabas de despertar, ¿quieres agua?
Yo sólo pude asentir.
—Yo la traigo —dijo apresurado el muchacho a mi lado.
—También trae hielo, para bajar la hinchazón en sus heridas.
—Claro —y sin más salió del cuarto.
En cuanto Finn estuvo fuera, yo me sentí indefenso por estar con dos chicos completamente desconocidos. El más grande de nosotros se levantó de la silla en la que estaba sentado y se dirigió a una mesa cercana, dándome la espalda a mí y al otro muchacho, quien me observaba con mucho detalle.
Yo también lo observé, un poco intimidado. Era un chico de piel blanca y ojos claros, alto, delgado, y creo que lo más resaltante de él era su cabello chino y dorado, que se veía suave y estaba un poco largo.
—Vaya, esos chicos realmente te machacaron.
—Supongo —dije incómodo—. ¿Tú eres Nick?
—En sus sueños —dijo el mayor con burla, girándose para verme—. En realidad, yo soy Nick.
—Y yo soy Wyatt —se presentó el chico.
—Soy hermano de Finn —aclaró el tal Nick, como si hubiera notado lo sorprendido que yo estaba del parentezco que tenían.
—Oh —fue lo único que pude articular.
En ese momento Finn entró de nuevo al cuarto, me miró y me sonrió con pena, luego torció una mueca y se acercó con el agua en una mano y un trozo de hielo envuelto en un trapo delgado en la otra.
—Mira cómo te dejaron —se lamentó.
—No duele tanto —dije, pues realmente no sentía casi nada en ninguna parte de mi cuerpo.
Hasta que tocó una de mis heridas. Solté un quejido y luego a modo de reacción le asenté un golpe directo en la cabeza.
—Auch —se quejó.
—Gracias, ahora duele demasiado.
—Déjame ponerte hielo.
—Me duele todo —dije cuando el efecto anestésico se fue por completo de mi cuerpo.
—Acuéstate —me ordenó.
Yo lo obedecí por todo el dolor que me estaba agotando.
Pronto comencé a sentir cómo él hacía leves presiones en mi cara con el hielo, mismas que me lastimaban pero a la vez aligeraban mi dolor.
—Iré por la pomada —escuché que avisó Nick y luego salió.
—¿Preparo un té?
Finn y yo giramos a ver a Wyatt, confundidos.
—¿Qué tú qué? —preguntó mi sanador.
—Haré té —repitió—. ¿Qué? Por alguna razón mamá cree que el té cura todo, así que... —se encogió de hombros.
Luego simplemente se dio la vuelta y se marchó. Finn siguió haciendo su acción con el hielo, y yo pude apreciarlo más de cerca.
Me di cuenta de lo bonitas que se veían sus pecas si las mirabas de cerca, y su piel parecía ser suave además de que no tenía imperfecciones. Sus ojos se veían profundos, misteriosos; y su ceño fruncido le daba un atractivo mayor.
—¿Estás bien? —me preguntó de repente.
—Pues sin contar que hace unos momentos atrás casi me matan...
—No me refería a eso. Es que... acabas de ponerte rojo.
—Ah —dije apenado girando mi vista—. E-estoy bien.
—¿Seguro?
—Sí. ¿Cómo llegué acá? —pregunté desviando el tema.
—Nosotros te trajimos.
—Sí, pero ¿cómo?
—¿La historia completa? —asentí—. Bien, Wyatt y yo veníamos de regreso de la escuela porque íbamos a jugar videojuegos, Nick nos traía. Dijo que iba a un mandado cerca de donde se encuentra la escuela en la que supongo que estudias, y cuando terminó tomamos la misma calle por la que tú venías para venir a casa. Entonces vimos que te estaban moliendo a golpes.
—Qué lindo suena eso —dije sarcástico.
—Gracias —me respondió sonriendo levemente y luego siguió—. No me había dado cuenta de que eras tú hasta que estuvimos un poco más cerca; Nick y yo tomamos muchas clases de defensa personal cuando estábamos más chiquitos porque en Canadá el bullying al parecer estaba de moda —sonrió con ironía—. Nunca nos molestaron, pero mamá siempre sugirió que era mejor estar preparados. No toleramos ver a gente lastimando a gente, y ayudamos cada que podemos.
—Eso sí es lindo —hablé esta vez de forma sincera.
—Sí —concordó él—. Te juro que cuando vi que eras tú y me di cuenta del estado en el que te estaban dejando casi se me sale el corazón. Tú... realmente parecía que estabas muriendo; ese tipo era gigante, no debiste molestarlo.
—Fue sin querer, y por ayudar.
—Lo imagino, pero aún así tuvimos suerte.
Aquello me provocó una sensación agradable. Era increíble lo altruista que en ocasiones podía sonar; aunque casi no nos conocíamos, él hablaba de mis problemas como si también fueran suyos.
Él no dijo tuviste suerte. Dijo tuvimos.
—¿Cómo pudieron--
—¿Alejar al rinoceronte? No subestimes nuestra capacidad, seremos raquiticos, pero no débiles.
Yo reí, y él me acompañó en el acto.
—Muchas gracias por haber estado ahí.
—Siempre es un placer, Jack.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.